Para Alessandra Luiselli
Claudio Sainz y Marcio Sainz (hermosos silogismos de colores)
y para José Schraibman (por las riquezas de su pensamiento)
Lo “criollo” en ellos será precisamente eso: el sentido peculiar con que su vida y su obra puede subsumirse, asimilarse a la historia política, espiritual y, principalmente, social del criollo de la Colonia. Pero lo “criollo” en ellos no será sólo la mera actitud nacionalista y patriótica que adoptan, sino el modo como se revela y expresa el mundo autóctono, la realidad americana y la significación que cobra a través de su pensamiento. Eso es precisamente lo importante en ellos: el trasfondo real del mundo histórico que se empieza a manifestar, que adquiere “conciencia” en términos de objetivaciones ideológicas de altos vuelos y de importantísimas consecuencias en todos los órdenes de nuestra historia...
Francisco López Cámara: La conciencia criolla en Sor Juana y Sigüenza
El Pinciano considera que la poesía “es un arte superior a la metafísica, porque comprende mucho más y se extiende a lo que es y no es”; el adicionador del Rengifo afirma que son materia del arte poético “todas las cosas que tienen que ser y las que no lo tienen si no es el que del mismo poeta reciben”, y Juan de Santo Tomás, confesor de Felipe IV, escribe en su curso teológico que “las reglas del arte son preceptos que se toman del fin del arte mismo y del artefacto que ha de hacerse, y así su verdad no se ha de regular por lo que es o no es, porque toda su materia es contingente, y puede no ser o ser de otro modo”...
Pablo González Casanova: La literatura perseguida en la crisis de la Colonia
...he aquí que la medalla se vuelca y el troquel es de arrieros y cachopines, clérigos y pleitantes, y festones y frisos de oro estriados: he aquí el emporio de Cambray y Scita, Macón y Java, y el emporio de relaciones y plegarias, romerías y sermones, regocijos, bizarrías, jaeces, escarches, bordaduras, fiscales, relatores, ediles, cancilleres (resguardo inútil para el hado), alcahuate de haraganes, el que tiraba la jábega de Sanlúcar y un cucurucho negro: simulador confidente, relapso, dogmatista y luego la empresa eternamente memorable...
Carlos Fuentes: La región más transparente
: más o menos inquieto, pues los inquisidores Prado y Alfaro habían declarado que se recorrieran los registros en cabeza de su amigo y tutor fray Francisco Frías y Olvera, para que después de las investigaciones se pasara su expediente al Inquisidor Fiscal, y fuera detenido, si las pruebas demostraban lo demostrable, y ser juzgado en el Tribunal de la Santa Inquisición, ciertamente nervioso entonces entre la niebla, preocupado quizás, érase un naricísimo infinito, frisón, archinariz, caratulera, sabañón garrafal, morado y frío, sauces, pinos, chopos, abedules, ahuehuetes, pero sobre todo chopos, un sosiego de cementerio, él paciente de pura impaciencia,
más allá de cualquier fractura o estallido, lo poco a poco de lo súbitamente, mirando las inscripciones en las lápidas, carraspeando y escupiendo luego, sacudiéndose el polvo, la tierra, su identidad, el pasado, una como tregua en el bosque, entre los árboles, no muy lejos, el viento sacudía las ramas secas y los eucaliptos del pantano que aumentaban y disminuían como si respiraran, la neblina que empezaba a espesarse, quizás amanecía, carcajadas de cuervos, y esta vez acercaba la antorcha para mejor leer una fecha, para mirarla con mayor claridad, jorobándose como si buscara una lápida determinada, pero ninguna parecía convencerlo,
mirando si podía notarse la antigüedad de las inscripciones, si había deterioro notable en las piedras más viejas, si era visible el trabajo del viento o del tiempo, su larga sombra, mirando M.R.M. SOR MARCELA DE ESTRADA, mirando la niebla y luego las letras que decían Fue Religiosa Capuchina en el Convento de San Felipe de Jesús de México, mirando que Profesó el 26 de julio del año 1669, a los 20 años de edad, mirando y señalando con su nariz que fue Fundadora y Santa Abadesa de ese Santo Convento adonde murió ejemplar el año 1728, día 30 de marzo, a los 79 de su edad y 59 de religiosa, creyendo oír a un topo o a una rata, o a unos
cuervos ruidosos, una esquila o varias, ladridos de perros, susurros y pasos y murmullos en la capilla y no eran gallinas ni tórtolas ni cornejas sino la gente de Prado y Alfaro, la tierra húmeda, el humo, las sombras, el polvo, un balido, un gruñido, un murmullo como de agua corriendo, búhos como hablando, Mi muy señora iba a escribir, todo parecía irse acabando o se había acabado o estaba por terminar y su escritura continuaba, sus palabras continuarían, apenas pudiera pensaba escribir, si lograra recordar sus pensamientos y transcribirlos luego, A fines del año 1801, me escribió usted una carta a Guanajuato dándome parte de que su amiga Joaquina se
casaba, y unas cuántas frases que a usted puse, sirvieron de nuevo material para sus delaciones, iba a escribirle Seguramente que cuando el Fiscal recrimina el que dijera “conozco mejor que los mismos confesores cuán pocos matrimonios felices quedaron luego que el hombre s vio ligado para siempre por el matrimonio, no así cuando el repudio era libre” tendría muy olvidada la epístola de nuestro Quevedo, el credo pudicitiam de Juvenal, en el fin bornat le tours de Boileau y otras mil cosas que corren por este estilo, y si no las tenía olvidadas y no es tan ignorantón ¿por qué no pide contra ellas?, ¿por qué no tienen bienes que les sean conocidos?, iba a escribirle
Otra carta enviada a Guanajuato sirvió de instrumento contra mí; he aquí su contenido: “yo me mantengo sano y querido de estos mineros como que tomo el gran partido de no replicarles aunque digan una herejía”, ésta expresión que usamos todos los criollos, echaron a usted y al animal del Fiscal a tan mala parte que sirvió para declararme Tolerante, y con esto se había producido una orden para que se registrase su biblioteca, lo cual hizo el docto cuanto diligente Marañón Domínguez y Alcázar con todas las formalidades de estilo aunque nada encontró sino unas traducciones que había hecho de Catulo, Tibulo y Propercio, y aunque hubiera tenido
mucho no lo habrían hallado, pues el candor angelical de aquel padrecito era tan grande, que un Lucrecia anotado por Bambino lo clasificó y anotó por Tamburino, el Dictionnaire de Santé, por Diccionario de Santos, y la obra inglesa The Guardian por algo contra los frailes franciscos, por vida suya que se necesitaba tener el juicio más hüero que Don Quijote para tantas demencias, su cochero todavía soñoliento sujetando sin mucha convicción las riendas de dos caballos de color impreciso, el ruido de una guadaña cayendo al fondo de una fosa y que por un instante parecía animar os hierbajos, su nariz señalando un hipogeo medio secreto, mirando un
pájaro fascinado, los árboles parecían juntarse, debía ser de noche y había otros ruidos de animales, grillos, ranas, chicharras, el viento que movía las ramas de los árboles, el piafar de uno de los caballos, el sacudimiento muscular del otro o del mismo, una de las patas golpeando el suelo tres cuatro varias veces, la corriente de un río que pasaba no muy lejos de allí, do mana el agua pura entremos más adentro en la espesura, pasos, pisadas e muchos hombres y mujeres, niños y ancianos, una procesión quizás camino del río, cierta pálida luz diseminada por la neblina, no habrías encontrado allí sino el deseo murmuraba y recordó cierta tibieza, un
cuerpo abierto al placer y a la obediencia, cierta humedad, amor no es otra cosa que un deseo, paredes de olmos y una voz que rezaba Sanctus Deus Sanctus Fortis Sanctus Inmortales, y muchas voces coreando Miserere Nobis (nísperos ahuehuetes curos xagrios nogales ciruelos titibucos laureles cedros higueras parras cidras aupas naranjos caymitos sáuces anones), su mano de largos dedos allí para ajustar eso tan bello, pidiendo el nombramiento de españoles americanos para que ocuparan los puestos públicos más importantes, se le había acabado la tinta a la mitad de la palabra americanos y tuvo que mojar y escurrir la pluma de nuevo, no
sólo con preferencia sino con exclusión de los extraños, ajustando la retórica y las asperezas de esa Representación humilde a favor de sus naturales, en la que recogiendo las quejas del siglo XVI, su jefe al abogado, ya Regidor de la Imperial, Nobilísima y muy Leal ciudad de México, a quien siempre se le negaba y se le iba a negar la promoción judicial, ahora camino del exilio, y érase que se era un hombre a una nariz pegado, érase una nariz superlativa que se abanicaba con su pluma de ganso antes de volver a mojarla en el tintero, y se masajeaba su largo cuello de lebrel con la mano izquierda, presionaba su larga y agresiva nariz como para
evitar un estornudo, reacomodaba sus largos huesos y trataba de acostumbrarse a su largísimo nombre, cada vez más largo, al que debería agregar ahora su nuevo cargo de bachiller o tinterillo o dómine serio de manos huesudas y buen latín, regular griego, dueño a la par de genios loci y de genios temporis, la noche que parecía no pasar pero que terminaría como siempre por pasar, eso lo sabía bien, ¿cómo no saberlo?, y esta vez caminaba a grandes zancadas más o menos con calma y preocupado entre monumentos funerarios, inclinándose sobre unos y sobre otros, acercando o alejando la antorcha para mejor leer o mirar nombres y
fechas, polvosas sus calzas de hilo negras, algún árbol gimiendo, pero siempre anónimo para ti murmuró mientras leía M.R.M. TOMASA DE SAN GABRIEL sobresaltándose, quizás por la sospecha de un búho, algo que sobrevolaba, la armonía secreta de la desarmonía, los caballos mascando los frenos y este hombre receloso de perfil, su nariz como el espolón de una galera diría Quevedo, érase una pirámide de Egipto, las doce tribus de narices era, su sombra sobre un cenotafio, como si lo empujaran o trajera un gran peso muerto sobre la espalda, o como si su nariz fuera de veras una alquitara medio viva, jorobándose o a medias jorobado, vigilante
zeta épsilon delta de Orión, nervioso, sudado, sacudiéndose un insecto que había caído sobre su valona blanca y almidonada, enderezando los puños para que lucieran correctamente sobre las mangas, mientras en la covacha al fondo el cementerio, el jacal que apenas se vislumbraba y que sin embargo parecía como protegido por un gran ángel de piedra, quizás un san Gabriel, un moreno cambujo contaba alborotado los reales, contaría los medios reales, las cuartillas, apartaba los tlacos, los mordería, los hacía sonar, los sopesaría y volvería a mirar (de español con india mestizo, de mestizo con española castizo, de castizo con española español, de español
con negra mulato, de mulato con española morisco, de morisco con española chino, de español y morisca albino, de chino con india salta atrás, de salta atrás con mulata lobo, de lobo con china jíbaro, de jíbaro con mulata albarazado, de albarazado con negra cambujo, de cambujo con india zambayo, de cambujo y mulata albarazado también, de albarazado y mulata barcino, de barcino y mulata coyote, de coyote e india chamizo, de chamizo y mestiza coyote mestizo, de coyote y mestizo ahí te estás, de zambayo con loba calpamulato, de calpamulato con cambujo tente en el aire, de tente en el aire con mulata no te entiendo, de no te entiendo con india torna
atrás), ¿y los apaches, los chichimecas, los tarahumaras, los chinos y los otros asiáticos?, aunque al principio había pensado pagarle con castellanos, ducados, escudos y maravedís, pero recordó que esas monedas circulaban sólo en España y eran desconocidas en las colonias, tan extrañas como monedas falsas, el jibarito moreno cambujo albarazado calpamulato o barcino contando el dinero, paciente en su prisa, casi atento, de estar al borde de tu lecho pensó, y vio otra inscripción en caligrafía más antigua, Fue hija legítima de Don Francisco Xavier Durán y de Doña Ignacia López de Cárdenas, vio que alguien había sacado las malas hierbas y los
cardillos alrededor de esa tumba, no quiero mi madre los montes de oro sino sólo holgarme con quien adoro, sintió algunas ortigas rasguñar sus piernas, y vio que Tomó el hábito de religiosa en el convento de Santa Brígida de la Ciudad de México en el mes de Septiembre del año 1762 y profesó en Septiembre de 1763, la sombra de una cruz de piedra parecía girar sobre un muro, tenía que escribir, algo así como tomar de la mano a las palabras, y volvía a armar las frases de su carta en la cabeza, en algún rincón de su castigado cerebro, Mi muy señora, Jamás sospeché que este golpe se había infligido por ustedes, cuando no era asunto propio de una
madre, cuando usted no tenía otro amparo que yo, cuando sabía usted lo bien acomodado que me hallaba, lo mejor que en breve lo estaría con las grandes ventajas que a usted debían resultarle, por último cuando las semanarias cartas de usted no respiraban sino el amor más puro y materno, o mejor, Mi muy señora, me admite usted en su casa pero para observarme cual Argos e interpretar crudamente hasta mis gestos, iba a escribir He aquí el hecho, usted me acusó ante el Tribunal de la Inquisición de que tomando yo en la mano un libro en que estaban descritas las penas infernales había exclamado ¡qué infierno!, ¡qué infierno!, pero que tenía
cara de burla y de no creerlo, iba a escribirle También me delató usted de que odiaba a los sacerdotes, siendo falso en lo general y cierto por lo tocante a los pícaros, ambiciosos, ignorantes, oportunistas y crueles que también los hay, que decía yo que no podía comprender la pena del daño, esto es, cómo podríamos llorar a un ser que no conocíamos, y por último usted me acusó porque yo había oído una conversación en la que había dicho que por un Obispillo de quien ya olvidé el nombre no se había extinguido la Inquisición en España, y lo había repetido a diestra y siniestra, iba a escribir que estas decisiones pueriles por cualquier
otro camino no me habrían dañado, a pesar de la sandez del Fiscal, pero señaladas por una madre, y una dulce madre a quien toda clase de eclesiásticos apestosos a incienso clasifican de Santa, produjeron el más terrible efecto, iba a escribir que estas delaciones de usted me alebrestaron contra los Filipenses en cuyo colegio moraba, éstas me hicieron cortar de raíz cuantas amistades había plantado y comenzaba a cultivar, y me pusieron los duros grillos y sepultaron en una triste, lóbrega y mal ventilada celda de una cárcel, apenas el ruido de un fruto que caía ese amanecer sobre las piedras del cementerio, su odio como una luciérnaga que
se encendía y apagaba, se encendía y apagaba, aparición de baldosas que guiaban sus pasos, no era cómodo lo que tenía que escribir, una como luz o el agitarse del bosquecillo que no hablaba más que de aquellos momentos de carne revelada, oh tierno suave precioso cuerpo decían que murmuró, y otro resoplido de los caballos sobre el frío matinal, creía ver sus palabras, lo que pensaba era puro presente y su vida y su muerte no eran más una línea recta en la historia sino un garabato, el cadáver de un pájaro entregado a las hormigas, viendo M.R.M. SOR MARÍA RITA JOSEFA DE LOS DOLORES, leyendo Religiosa en el convento de Capuchinas Descalzas
de la ciudad de Querétaro, hija de D. José Mariano Tinajero y de D. M. Guadalupe Rivas, leyendo Nació el día 6 de Marzo del año 1784, hizo su entrada el 29 de Septiembre de 1805 y profesó el 28 de Octubre del año 1806, leyendo Se llamó en el Siglo Ana María Víctor, ya volvería, el sepulturero le hacía señas, gesticulaba, él volvía a mirar y movía la antorcha para decir que estaba de acuerdo, que sí, que aceptaba, algo así debía haber pasado, así lo contaban, se rumoraba por todas partes, eso decían, se reacomodaba la peluca o el chambergo, o la maltratada valona, si es que traía valona en esta ocasión o la almilla, el escaupil, sacudiéndose
el polvo que enredaba la marlota, restirando el sayo, se apretaba la archinariz caratulera y giraba en dirección al cochero, quizá sonriendo porque en su cabeza yacen en esta rica sepultura Lidio con su mujer Helvidia Pada, aunque frente a él grabadas en piedra Tomó el hábito de Religiosa en el Convento de Santa Brígida de la, sí, le gustaba esa letra, la profundidad del trazo, la firmeza de los rasgos, la mesura casi clásica, la legibilidad, cierta contundencia, he recibido de tus labios una dulzura tal murmuró, ningún escalofrío, ningún prejuicio, un hueso de animal abandonado por allí, la niebla como disolviendo la oscuridad, el
viento plegándose, replegándose, un como vientecillo, y pensó fray Francisco Frías y Olvera en igual caligrafía, sí, la Luna todavía allá arriba, débil lámpara en cuarto menguante, una como pared de ahuehuetes cerca del río más allá de los olmos, Aquí yace los recu, leyó erdos de María Ju, leyó ares, Murió el día 22 de Noviembre de 1787, a ruego leyó, de su esposo y familia, leyó pide un sufragio, pero en su cabeza otra vez mandó guardar en esta piedra dura la que de blanda fue tan mal guardada, y que en memoria suya, dibujada fuese de perrillo la figura, sería la evocación de fray Francisco, conozco vuestros lugares comunes, oía su voz,
recordarlo eran imágenes, olores, palabras, ritmos, espero lo que finjo alcanzar, y sobre todo las últimas frases del discurso funerario de la otra vez, hallándose en una ocasión la monja puesta en cruz la tomó el Señor de la mano y la puso en su propia cruz, la crucificó consigo mismo y le impuso su misma sagrada corona que se le entró lentamente y penetró sangrándola hasta lo más íntimo de su alma y corazón, y con esas palabras en la voz evocada de fray Francisco nuevamente presente, lo que podría haber sido y lo que ha sido, aquellas tardes esperando la lluvia pero las aguas suspendidas, los criados alharaquientos que se agostaban los
campos y las milpas se torcían, la reunión con los vecinos del pueblo y la procesión solemne, él con su nariz brillante junto a fray Francisco bonachón liberal y animoso, portando encendidas rajas de pino como las que traía en ese momento, todas las noches como aferrándose a una antorcha para no huir, adelante cuatro jovenzuelos que llevaban en hombros un pequeño ahuehuete sobre unas andas emperifolladas y volvió a recordar las reverencias con las que incensaban aquel arbolillo con humo aromoso de copal, y algunos lloriqueaban o se quejaban pero no fray Francisco, ni él a su semejanza, satisfecho, y a su lado doña Beatriz de la Torre
Medrano, huir hacia tu cuarto, huir hacia tu nueva desnudez le dijo, susurró más bien de manera casi ininteligible, ¿estás en ti, mujer?, y al llegar a la orilla del río los ancianos imploraban a los señores de las aguas que les mandasen la lluvia indispensable para el riego de sus sementeras, hoy que vuelvo con lágrimas a veros, clavadme vos a vos en vuestro leño y tendréisme seguro con tres clavos, la multitud postrada en tierra pedía a los espíritus del agua que lloviese, doña Beatriz de la Torre Medrano se estremecía y él no se atrevía a tocarla, la falta es tuya mi amor se imaginaba, y ella baste ya de rigores mi bien, baste, y entonces con
gran ceremonia y balbuciendo frases quedas, responsos, falansterios, invocaciones, extremaunciones, con gran ceremonia y como si se tratase de una ofrenda sagrada, o se trataba de una ofrenda sagrada y oh justo juez divino, hacedor de cielos y tierra, oh redentor mío, señor universal, donde se encierra todo el bien, Padre del universo, mi guía, mi so, mi protector, mi amor, mi salvador, mi gloria, mi redentor, plantaban el pequeño ahuehuete a la orilla del río como símbolo o monumento o mojonera, y luego decía fray Francisco qué adornen el árbol con diversas flores, que le cuelguen madejas de musgo, que lo rodeen de
colgajos de tule tejidos, sin faltar las palmillas blancas y los teopixques, y ofrézcanle palomas, colibríes o conejos recién nacidos, o panes de maíz, frutas y toda especie de semillas, especialmente granos de maíz, y los del pueblo pedían a alaridos que el árbol llamara al agua para el riego de sus sembrados, y al terminar la ceremonia esparcieron plumas ricas de varios colores, puñados de aromosas flores desmenuzadas, y se retiraron tranquilos y satisfechos, repetía fray Francisco vivo sin vivir en mí, y le explicaba que en foro del Imperio había un oratorio a Jano, cuyos portales se abrían en tiempos de guerra y cerraban al venir la paz, y
nadie sabía la razón de aquel rito, aunque fuese Jano la deidad de las partidas y de las llegadas, dicho sea de otro modo, de principios y finales, al calor del vino y los bocadillos, hacía memoria de sus devaneos y alma y nuez se le atravesaban en la garganta, doña Beatriz era flamenca y su marido corría telas de Cambray, blondinas de Bruselas, puntillas, entredoses, tafetán y granadinas, a decir verdad no me prendí de ella sino de sus tetas, nos cruzamos una tarde de pascua, cuando paseaba con su marido prendidos del brazo, que Santa Agueda la bendiga y conserve, por ser patrona y valedora de las mamas, ¡ojo al Carpio, que asan carne!, y
¡va por vuestra merced!, en su memoria la crica al sesgo de doña Beatriz más negra que la entrada a los placeres, era por fuerza montarla al bies, tendido él de levante mediodía a poniente septentrión, y ella debajo, de nordeste a suroeste, ambos se hacían enseguida a la demanda y hasta aumentaba el disfrute semejante postura cuando entraban en la mar picada del resoplo y el pecado, aquellas tardes en que hablaban de los libros prohibidos por la Inquisición, de las marcas de fuego en los libros conventuales, él desmayado atento atrevido insípido expectante nervioso, doña Beatriz de la Torre Medrano enhiesta espléndida casi
luminosa respirando agitada mirándolo, decidme dama graciosa ¿qué es cosa y cosa?, decid ¿qué es aquello tieso con dos limones al cabo, barbudo a guisa de nabo, blando y duro como un hueso?, de corajudo y travieso llora leche sabrosa ¿qué es cosa y cosa?, fray Francisco describiendo la biblioteca del convento de San Fernando, que calculaba en 9500 volúmenes, o la colección extraordinaria de la Orden del Carmen que en tres conventos deberían tener absolutamente todos los libros publicados hasta la fecha, pero también si Cristóbal Colón era portugués o italiano, no me las enseñes más que me matarás, recordando él torciendo la boca
debajo de su nariz caratulera, más en un rictus que en una sonrisa, y las torturas a las que lo habían sometido, ¿quién esperaría que a principios del siglo XIX subsistiese un método tan geométrico y racional para indagar la verdad como poner al infelice reo a cuestión de tormentos y mantenerlo en ellos suspendido?, las cartas que había escrito y las que iba a escribir, las conjuras para salvarlo, que cuando menos se pensase saltaría la liebre, y como decía su abuela Mercedes en la tierra no había más que dos linajes, saber y no saber, no me admiro había dicho una vez, que haya quien diga que la suprema ley es la Fuerza. Cuando los
ministros de la integridad me forzaron a que me confesase partidiario del Materialismo no siéndolo, y luego me forzaron a que lo sostuviera, la talega llena de polvo de oro que mandó entregar al padre Marañón Domínguez y Alcázar para que la llevara a su monstruosa madre, y el padre Marañón Domínguez y Alcázar, fray Francisco lo imitaba engolosinado, eructaba y hacía grandes ademanes, teatralizaba como mago ambulante y decía engolando la voz como la de Marañón Domínguez y Alcázar ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón, estábase la monja, o el mártir judío don Tomás Treviño de Sobremonte, quien ya en la hoguera decía
fray Francisco gritaba al pueblo echen más leña que mi dinero me cuesta, en el monasterio sus teticas blancas de so el velo negro, y Guillén de Lampart, irlandés escriturario que quería la independencia de México y murió achicharrado, no me las enseñes más que me matarás, se presentaba con gran donaire decía fray Francisco, doña Beatriz de la Torre Medrano reía disimulando su sonrisa con una mano, sus senos iguales a los senos de las diosas, casi inverosímiles y tan blancos, tan blancos ¿qué es aquello que se lanza por las riberas del Júcar?, parece caña de azúcar, aunque da botes de lanza, hiere sin tomar venganza de la parte
querellosa ¿qué es cosa y cosa?, y fray Francisco imitando supuestamente a Guillén de Lampart a media declaración, educado, displicente, sofisticado, soy hijo de Guillermo Lombardo, barón de Guerfundia, mi linaje es de los más esclarecidos de Hibernia, estudié en Londres matemáticas y luego gramática y retórica latina, he combatido a los corsarios y al mismo tiempo he sido capitán de ellos, donosa historia, con sólo dos religiosos convertí a la fe y reduje al servicio de su majestad a más de doscientos cincuenta forajidos, tengo por pariente al barón Gilberto Fúlgido o Fulgencio, embajador de la Liga en la provincia de Irlanda, ciertas
intrigas portuguesas me obligaron a salir de Europa y venir a las Indias, vine en el séquito de su Excelencia el Duque de Escalona, pero el sitio no era propicio para seguir, demasiado bullicio, algarabía, estridencias, traigo entre manos un asunto de gran importancia, y las paredes oyen, y más allá del pubis la consagración, su cintura estrecha, los cabellos tan largos y tan negros, su rostro entre almohadones, dígame señora ¿cómo es ancho siendo estrecho?, y ¿por qué mirando al techo es su fruta más sabrosa?, y no había sido más que una ensoñación a ojos abiertos porque lo llevaban a contestar a la publicación de testigos, le describían a sus
delatores y las materias de que lo acusaban, sin nombrarlos, pero con todas sus características fácticas esenciales y naturales, de manera que sólo dormido no habría contestado al Juez cuando le decía ¿quién es éste?, y él como elevando su sabañón garrafal ése es el cojo picarón del Reverendo Gudiño a quien sorprendí con la fraila, ése es el ladronazo y venerable rufián del Reverendísimo Arias, ésa es la ingrata Catalina, ésa la pérfida Güera Bustamante, ésa la asquerosa Galindo, etcétera, y sin embargo, siempre que se trataba de su madre, su muy señora, aparentaba no saber quién era, y el Juez notaba mayor embarazo, sí, el mismo duro
Plutón se horrorizaría al ver a una madre delatando a su propio hijo, y después habían subido a contestar a su abogado y el Juez le preguntó si su mujer era tan ramera como la de Garcés, y el abogado dijo que no, y que no sabía lo que eran cuernos ni pitones, luego la acusación fiscal llegó a la sandez de señalarlo como enamorado, y el Juez los metió en razón diciendo que eso no pertenecía al Tribunal de la Fe, no estaba jugando con las palabras, y de pronto otra vez en el cementerio, otra vez de noche, pero no deambulando y revisando inscripciones funerarias sino a oscuras, sin antorcha de pino, enfriado, esta vez atrapado en un ataúd, las voces que se
oían afuera allá muy lejos, el tiempo pasado y el tiempo futuro, las voces que llegaban hasta allí y anunciaban su largísimo nombre, señor san Miguel Arcángel, querido de Dios y todas las almas, a ti te encomendamos a éste que fue, con este Padre Nuestro y esta Ave María para que a la hora de su agonía te halles en su compañía, tú Serafín ardiente, cuya claridad flamante te hace lámpara brillante de luz independiente, a ti supremo asistente al solio más soberano, a ti buscamos propicios para que en el tremendo Juicio te favorezca su mano, veía detenerse a los sepultureros, creía sentir su aliento, eran como sombras espesas, escuchaba que una paletada
de tierra caía sobre el ataúd, detente sombra de mi bien esquivo, movía la cabeza, así era, había una grieta, iba a haber una grieta, caía otra paletada de tierra y la tierra se desmoronaba alrededor de la caja, miraba por esa grieta, veía al cochero todavía más allá, adormecido como siempre, apático, ajeno, cansado, casi inmóvil, las lápidas enhiestas, ego credo et inclino me tibi et ovni pompae tuae, in nomine Patris et Fili et Spiritus Sancti, aequalis in se Trininatis, virgen sin comparación madre del Divino Verbo, las avenidas arboladas, échame tu bendición, el cielo como si amaneciera, la casa maltratada del vigilante, y guíame por buen camino, sus
caballos inquietos, el búho, las ramas de un olmo, más o menos nervioso, preocupado quizás, en su cabeza demasiados ruidos, todavía demasiados ruidos, no podía soportar demasiada realidad, la saya de Damasco de China de doña Beatriz de la Torre Medrano en el suelo, ¿por qué cuando más lo atrapo más se alza de contenido?, ambos sumergidos al unísono en el abismo, poco antes nada y poco después humo, si hubiera historia…, tendría que escribir para que hubiera historia, debería escribir, no podía pasar más tiempo sin hacerlo, mi muy señora una vez más, temiendo que las palabras de esa carta se negaran a aparecer sobre el papel,
porque ¿cómo seguir?, ¿a quién se parecían más los Siniestros y Esperpénticos Inquisidores?, al manso Jesús que volviéndose a Pedro le dijera mitte gladium tuum in vagina, a Omar que con el Alcorán a la izquierda y el alfanje a la derecha iba creánme o mueran frenético gritando, o al loco Manchego tan largo como él cuando retaba a los mercaderes de Murcia?, quería preguntarle cosas así a su señora suya, a su madre, quien le escribía cada semana y terminaba sus pliegos con encendidos ven hijo adorado ven mi padre mi tutor y mi amparo ven mi guía mi luz mi protector mi amor mi salvador mi gloria mi redentor amado venme a visitar que no
tendré más complacencia que verte, y él corría a comprar lo que pudiera ser más grato para ella, ansioso de llegar a los brazos de una madre amantísima que llena de regocijo y alborozo y llanto fingidos lo recibía, como fingiera el llanto César al mirar la cabeza de Pompeyo en sus manos, mi muy señora, la señora que había llamado la atención de los Inquisidores y conquistado la pasión del Fiscal para que pidiese su cabeza porque había encontrado un papelillo, un medio pliego en que había copiado algunas reflexiones contraídas a las ventajas que resultarían si la virtud y la competencia, y no solo el nacimiento nos diese derecho a los
puestos públicos, un papel que no tenía nada de nuevo de cuanto han dicho Horacio, Juvenal, Boileau, nuestro Saavedra en sus empresas y otros sinnúmero de españoles, un papel que rodaba en el estudio y del que nadie hacía caso alguno, llamó la atención de la madre vigilante para hacer su primera delación, y convenció al estúpido Fiscal más pronto que tarde para pedir mi cabeza, mi muy señora, y esta vez sí iba a conseguir escribir, las letras casi surgiendo de su pluma como por arte mágico, componiendo palabras, Mi muy señora, ¿cuándo podré expresar las vivas y dolorosísimas impresiones que desde la noche de mi prisión sufriera?, aquel
contínuo llorar, aquel contínuo sentir, el permanente desaliento, aquel apiñarse en mi cabeza cual condensadas nubes mis días felices, la pesadumbre amargada por los amargos presentes, y el miedo, los temblores, los insomnios, el sufrimiento anticipado por las acerbísimas jornadas que me esperaban, la idea de la tortura, la tortura de la que se valen nuestras instituciones y nuestros sacerdotes, los enviados del Señor, los que sacrifican incruentas y cándidas hostias, la tortura de que se valen para supuestamente indagar herejías e ineludiblemente salir triunfantes, ¿cuántas veces en la lobreguez más profunda de mi tediosa soledad no tenía con
usted los más amorosos coloquios?, querida madre, si jamás el cielo me da ver la alma luz y gozar la libertad sagrada, ¡ah!, con cuánto gusto nos iremos a establecer a una cabaña para refugiarnos, yo saldré pobre, pero gozoso con usted en los hombros, pero se embrolló en todo esto, hubiera querido tener un pergamino a mano, manoteó como buscándolo, como si se moviera entre ellos, escritorios y papeles, libros y tinteros y plumas de ganso en vez de tumbas monumentos cenotafios ofrendas lápidas monumentos, se rasguñó la larga nariz, érase un naricísimo infinito, iba a escribir, pero debería salir del cementerio y su cuerpo entero parecía
no poder moverse, no querer moverse, oh justo Juez hacedor de cielos y tierra, oh Redentor mío Señor Universal donde se encierra todo el bien, conviértame como a san Pablo y a santo Tomás, líbrame como libraste a estos santos de las acechanzas del demonio y de todos los peligros, líbrame como libraste a santa María Magdalena y otras vírgenes, líbrame de malos caminos, de ríos caudalosos, de cárceles y otras prisiones, de mis enemigos, del demonio y sus satélites, de ladrones, de malas lenguas, de falsos testimonios, de mujeres celosas líbrame Señor, de caer en poder de mis enemigos visibles e invisibles, haz Señor que mis enemigos no
tengan poder alguno sobre mí, ni tengan ojos para verme ni pies para alcanzarme ni oídos para oírme ni manos para tocarme, líbrame Señor de mi madre, haz que mi madre no tenga poder ninguno sobre mí, que no tenga ojos para verme ni pies ni oídos ni manos ni corazón ni alma oh justo Juez, se detuvo agitado, contempló su mano inmóvil con la pluma de escribir enhiesta y previno los altibajos de su caligrafía, preparó un paño secante, y se dispuso otra vez a escribir, sus palabras atrapando lo que no era palabra, invocando a su madre como a una Medea con el puñal tendido, viéndola como Agamenón o un Idomeneo sacrificando a sus hijos
a la superstición y la ignorancia, tantum nefas potuit saudere Religio, roturó otra vez, Mi muy señora, pero fray Francisco Frías y Olvera le estaba dictando pausadamente un inventario, del concento de san Francisco, 16,417 volúmenes, sí, del convento de san Francisco ¿me oíste?, 16,417, sin libros las alegrías se pudren, ¿continuamos?, del convento de san Diego 8,273, del convento de san Fernando 9,500, de los tres conventos de la orden del Carmen 18,111, del convento de Porta Coeli 1,431, del de Aranzazu 1,190, de la Catedral Metropolitana 10,210, del Desierto del Carmen 867, de la orden jesuítica 11,695, y él escribía los nombres alineados a la
izquierda, las cifras a la derecha, habría que revisar todos esos volúmenes, de mucho serviría conocer las preferencias culturales de los monjes y las monjas a lo largo de casi tres siglos, y en eso entró doña Beatriz de la Torre Medrano como batiendo alas con chocolate caliente y bocadillos, mira que la dolencia de amor que no se cura sino con la presencia y la figura, él con picardía murmurándole después de dar las gracias por la aromática bebida, soñé que te…, ¿dirélo?, sí, pues qué sueño fue, que te gozaba, ‘y quién sino un amante que soñaba juntara tanto infierno a tanto cielo?, eran parte del gran sueño nocturno, y el hostelero aquel, el
mismo que había calculado que había 15 millones de seres humanos distribuidos en los cuatro virreinatos, el de la Nueva España, el del Perú, el de Nueva Granada y el de Buenos Aires, contando desde luego las ocho capitanías generales, la de Nuevo México, Guatemala, Caracas, Chile, Cuba, Santo Domingo, Puerto Rico y Luisiana, aquel hostelero bonachón que sabía identificar las marcas a fuego en los lomos de los libros, si eran franciscanos o carmelitas o de la congregación de eratorianos de san Felipe Neri o de los capuchinos o de los agonizantes de san Camilo, en fin, ese hostelero autosuficiente y orgulloso, fuerte y pedante, noctural y
malicioso, estanciero y mayorazgo de Ciénaga de Malta, Caballero de Santiago, casado con doña Guadalupe Ignacia Villamil del Valle y Rosso, hablaba atendido por un coro de damas al que se había sumado la grácil figura de doña Beatriz de la Torre Medrano, quien se pavoneaba con lubricidad, la falta es tuya, amor, he recibido de tu ausencia una amargura tal, gocémonos amado, y vámonos a ver en tu hermosura al monte y al collado, pero no podía hablarle allí, el vozarrón de aquel macho español dominaba la tertulia en ese extremo del salón, temía la aristotelización de sus pensamientos, le gustaba tener una opinión muy buena y otra opinión
muy mala de sí mismo, se inclinaba sobre un arcaz profundo seguramente colmado de libros, mapas y papeles, deseoso de conocer los viejos infolios que descansaban en las estanterías de cedro, cierta agitación, varias monjas, un sacristán, un sastre, un doctor, la mayoría hablando del camposanto del que acababan de llegar, algunas palabras como cayendo por su propio peso, osario almacabra necrópolis urna lápida sepultura, pero en ese extremo del salón dominaba la voz del hostelero que había prometido pagar la impresión del sermón funeral que acababan de escuchar en la voz barítona de fray Francisco, porque ningún género de ídolo se les ha hallado
ni uno ni otro altar decía, ni modo alguno de sacrificar, ni sacrificio ni oración, ni costumbre de ayuno, ni sacarse sangre de la lengua ni de las orejas, porque todo esto usaban las naciones de esta Nueva España, lo más que dicen es algunas exclamaciones al cielo mirando algunas estrellas, que se ha entendido lo hacen por ser librados de los truenos y rayos, y cuando matan a algún cautivo, bailan a la redonda y a él mismo lo hacen bailar, y los españoles hemos entendido que ésta es manera de sacrificio, aunque a mi parecer más es modo de crueldad, que el diablo o sus malas costumbres les ha mostrado para que no tengan horror de la muerte de
los hombres, sino que los maten con placer y pasatiempo como quien mata a un venado o a una liebre, mientras fray Francisco lo primero que al recorrer los enormísimos volúmenes de la Raccolta Colombina llamó mi atención con ellos entonces, fue el hecho inesperado de que Colón usase el español antes de ir a Castilla, imagínense, comprobé que el primer escrito que tenemos fechado por Colón está en español y data de cuatro años antes que el almirante entrase en el reino de Fernando e Isabel, lo que no me inclina como podrían ustedes suponer a apoyar la vulgarizada hipótesis de Colón español, es su manera de pelear con arco y flechas
seguía aquel militar español en el otro extremo de la sala tentado por un pernil de jamón que destacaba junto a la pedacería de un cabrito al horno, aves asadas, bizcochos monjiles y pasteles, desnudos pelean con harta destreza y osadía, doña Beatriz de la Torre Medrano muy atenta, disimulando su hermosura en cierta sombra junto a una pesada cortina color vino tinto, este amoroso tormento que en mi corazón se ve, sé que lo siento y si sé la causa porque lo siento, todavía vivo en esa habitación cálida y densa, sobrecargada de objetos y voces, y si acaso están vestidos se desnudan para tal efecto, traen su aljaba siempre llena de flechas y
cuatro o cinco en la mano del arco para proveerse más pronto de ellas, y con ellas y el arco rebatir las que tiran sus enemigos, hurtándoles el cuerpo, y por esta causa pelearan apartados unos de otros, y ninguno se pone detrás de otro sino al lado y guardando cierta distancia por mejor venir, al fin y a la postre aseveraba fray Francisco, ¿no dijo el propio Cristóbal Colón una vez caído en desgracia, que en la decadencia de su siglo hasta los alfayates se metían a descubrir?, nada más no comían ni Francisco Botello ni María de Zárate su mujer, reconciliados ya por el Santo Oficio por judaizar, aunque él bebía vino y ella aloja o malvasía,
ese instante era, ese instante había sido, ese instante había vuelto a ser, volverá a ser, mientras otros suponen a la familia de Colón, emigrada de España a Génova seguía fray Francisco, afuera Teresa Romero de Terreros bailaba con su primo una gallarda, acaso familia judía, huída cuando la gran persecución y matanza desatada en 1391 por el arcediano de Ecija en toda la Península Ibérica, pero pronto tuve que desechar esta solución porque leyendo no pasiva sino activamente como hay que hacerlo, es decir, criticando los argumentos leídos y sobre todo yendo a comprobar las citas bibliográficas que aducen, me convencí de que la tesis
judía no tiene el menor fundamento, es mera presunción sin ninguna clase de apoyo, y por si fuera poco el lenguaje de Colón no añade ningún indicio a favor, ya que no se parece nada al de ningún texto judeo-español del siglo XV que conozcamos, como el testamento del judío Alba de Tormes fechado en 1410, pero es que además el español de Colón protestaba el sacristán Llorente, a juicio de los que lo oyeron hablar, revelaba no ser la lengua materna del descubridor, y es que son por extremo crueles alzaba la voz el explorador ibérico, y él junto al oído de doña Beatriz de la Torre Medrano no sé cómo ni cuándo ni qué cosa siento que me
llena de dulzura ¡ay qué placer… que siento, tan regalado!, ella sacudiéndose ligeramente, el español impertérrito y quimerista, que es la mayor señal de su brutalidad, a la persona que prenden, ora sea hombre o sea mujer, lo primero que hacen es hacerles la corona quitándoles todo el cuero de la parte superior de la cabeza y dejándoles el casco mondo, tanto como si fuera la corona de un fraile y esto es, bueno, vi a un español sin él a quien ellos se lo quitaron, y a la mujer del vigía Copoz también se lo quitaron y ha vivido sin él muchos días, y aún creo que viven hoy, les quitan asimismo los nervios para con ellos atar los pedernales de sus flechas,
sácanles las canillas, así de las piernas como de los brazos vivos, y aún de las costillas y otras cien crueldades hasta que el mísero entre ellas despide el ánima, y traen colgados por detrás las cabelleras de las coronas que les quitan, y algunas han sido mujeres hermosas como ustedes, con cabellos bien cuidados y largos, sin quitar la vista de doña Beatriz de la Torre Medrano, y así mismo traen los huesos de las canillas para mostrarlos como trofeos, y aún no perdonan los cuerpos muertos, porque todas cuantas crueldades puedan o se puedan imaginar hacer ellos, colgándoles de árboles, flechándoles y metiéndoles flechas por los ojos las orejas la
lengua, sin olvidar las partes vergonzosas, como no ha muchos días que un capitán que envié halló un cuerpo colgado de una encina con todas estas crueldades y un brazo menos, y se entendió que era español, que por nuestros pecados e injusticia han padecido muchos estos vejámenes, deambulando de un grupo a otro, oh libertad preciosa no comparada al oro, pero es verdad que hablando Las Casas siempre de castellano y no de español seguía fray Francisco, su vellocino pardo, encrespado, y los ojuelos en sus amplias mejillas como animados por su bonhomía, se podría objetar que Colón faltaría a la propiedad castellana por ser gallego leonés
euskara o aragonés pero no, Las Casas, a pesar de su impropio vocablo casatellano, quiere excluir todas estas posibilidades, ya que piensa en la patria genovesa del Almirante, y doña Beatriz de la Torre Medrano extendiéndole un buñuelo y luego limpiándole las comisuras de la boca con una servilleta más que pícara, ¿no te trataban así los inquisidores?, entretanto, puesto caso que contra toda ley vivo, es el placer tan escaso y el pesar tan excesivo, que no sé cómo lo paso, y en su sistema digestivo la tacita de chocolate puro o champurrado de las ocho, la taza de caldo, un trozo de carne y la comida mal guisada a las dos, otra porción de la misma y
otra de frijoles con queso y tocino al llegar la noche, no me daban más que pan que torta y media del de a cuartilla, ni más luz que un cabito de vela que duraba una hora, y ¿para qué nos serviría más luz?, balbuceaba ella con una dejadez pecaminosa, la miraba y deseaba quitarle los chapines valencianos de tres corchos, las medias, la basquiña, el corpiño y la camisa, no era por darle el cuarto al pregonero pero suponía que lo desearía tanto como él a ella, desasosegado del cuerpo como el brezo en el fuego, pero seguía con que la ropa se lavaba cada quince días, y las barbas se las quitaban de ocho en ocho, seguía él encaminándose hacia la terraza con las
jaulas de pájaros y las macetas, esquivando coraceros, monjas y tercios, y doña Beatriz como si fuera tomada de su brazo y casi flotara, lo excitaba pidiéndole más, que siguiera, quería saber más y más, deseaba saberlo todo para ayudarlo a olvidarlo todo, que no se iguala a mi lujuria decía él, ni la de fray Alonso el Carmelita ni aquella de fray Trece el Trinitario, y entonces él describiendo la celdita que le habían asignado, fría y húmeda, de donde pidió lo sacasen por haber enfermado, ¿de veras te interesa?, me nombraron al religioso más instruido para que me impusiese en el dogma y me diese cuarenta días los ejercicios de san Ignacio, que es algo
semejante a lo que daban a los iniciados en los misterios Eleusinos, en los de Baco y los del Dios Sol, o como los preceptos que la ley de Soroastes daba a los Archimagos, ¿no te aburro con esto?, mirándola enardecido y con ganas de despeñarse por los derrumbes del placer, alguien tocaba una zampoña detrás de una puerta, bueno, pues no tardó mucho en venir mi religioso, hombre afable y de buen corazón, quien de inmediato trató de que distribuyera yo mi tiempo en misas ayunos lectura espiritual rezos oración mental y examen de conciencia, de manera de prepararme para una confesión general, y lo peor es que no sabe vuestra merced
que acepté y hasta le di las gracias, y como vio mi buen corazón héte que saca de la manga un envoltorio y me dice caballero, he tenido la costumbre de dar una medicina muy eficaz a cuantos he dirigido por el sendero de la virtud, usted ha despertado mi compasión y no quería privarlo de un bien tan grande, y diciendo esto me alargaba la mano y yo pensaba que su ánimo era purgarme, que iba a darme medicina realmente, pero me desengañé cuando vi que eran unas disciplinas de nueve colas mientras decía con éstas podrá usted amigo mío como a las seis de la tarde ir a la iglesia, tiempo en que estaremos en el coro, y allí vapulearse las posaderas
por dos o tres misereres rezados, usted verá cuál útil le viene a ser este remedio, Beatriz reía sujetándose la faja, que muero porque no muero, imagíname muerto de hambre por lo grosero de los guisos, embotado por las lecturas soporíferas y las meditaciones debilitantes, teniendo llegada la tarde que vapularme las posaderas tan tontamente como Sancho por librar del encanto a Dulcinea, ¡voto a tal!, hoc erat, Alma parens, quod me per tela per ignem arrispuisti?, las sirvientas de fray Francisco los colmaron de nuevas bebidas y bocadillos conventuales pero desaparecieron a una señal de la dama que preguntaba ¿y que le dijo al
santo varón?, bueno pues le dije todo cuanto vuestra paternidad me dice cumpliré exactamente menos las tolinas pues me entra un escrúpulo, y es que no debemos exponernos al bien con inminente riesgo del mal, acepte usted de vuelta, padre amadísimo, sus disciplinas que me recuerdan cosas que preferiría no recordar, pero caballero dijo el padre, usted debería develar el enigma que hay en esto, o mejor dicho, le compelo como su director espiritual que soy a que me lo diga, yo también quiero saberlo todo dijo doña Beatriz de la Torre Medrano, él pensando en sus senos bajo toda esa ropa ríspida y dura como los juguetones cervatillos de la
Sulamita, ay tomarle los senos en las palmas y besarlos rendido hasta hacerla gemir en lengua incomprensible, pero bueno seguía, ajeno a esas urgencias, el diablo que todo lo añasca hizo que hubiese visitado en México a una monja y allí vi por primera vez tras su puerta unas muy fuertes disciplinas, espantóme la visión, no voy a negarlo, pues aunque su oficio era remudar cilicios jamás pensé que usase disciplinas, le pregunte si educaba muchachos y su respuesta fue mil risotadas, así como tú ahora, bebe decía ella, toma un trago de vino que se te seca la campanilla y el alma, y bebió, carrasapeó, tragó su propia saliva, se lamió los labios, se
relamió, y otra noche también le contó, topé en el cementerio de los Crucíferos de Querétaro una mocetona que me llevó a su casa donde también noté lo mismo, pero sospeché que por la íntima amistad que me dijo tener con los reverendos padres apostólicos, sería santa por el día con ellos y ramera con los viajantes de noche, y últimamente hallé una en Guanajuato que me dijo estos son amigo los últimos recursos de los atenuados en los venéreos placeres, así que desde ese día, o sería mejor decir desde esa noche, jamás miro un instrumento flagelatorio que al punto no me presente el diablo a estas mujeres vapuleando a sus desvalidos, y a la madre de
ellas llevando la cuenta en un gordo rosario en un rincón del cuarto, doña Beatriz sonreía, y él cambiando bruscamente el tono volumen e intención de la voz, le recitó muy quedo quiera amor quiera mi suerte que nunca duerma si estoy despierto y que si duermo jamás despierte, desde la sala llegaban los murmullos de los invitados y cierto hedor a un cocido de cordero, pero destacaba el vozarrón de fray Francisco imponiendo o tratando de imponer la idea de que Cristóbal Colón escribía en un español aportuguesado, pero a los baños del amor contigo iré maliciaba doña Beatriz, estaba a su lado, sentada y él continuaba escribiendo señalando con su
nariz sus palabras, y en ellos me bañaré, apoyaba sus dedos muy separados sobre los libros y papeles, apoyaba una de sus manos sobre una calavera pero siempre sentada, sin ponerse de pie, contenta, el cuerpo erguido, los codos echados hacia atrás, muy digna hermosa severa displicente pero no muy seria y hasta parecía que le importara que él siguiera escribiendo, le bastaba rozarlo con una de sus manos y sonreía y decía algo como que debería dar un golpe enseguida si es que de veras estaba allí, y él daba un golpe enseguida pero no lo daba en la mesa porque ya no había mesa, sino que lo daba en el ataúd, y ella se volvía hacia el ataúd con
un poco de curiosidad, cierta ansiedad también, cierto nerviosismo, como si lo adivinara dentro del ataúd que temblaba cuando daba los golpes como temblaba la llama de su vela amarilla y también la calavera sobre su mesa ¿su propia calavera?, y hasta temblaba él cuando escribía mi muy querida, y ésta vez si fluirían las palabras, pues no se iba a dirigir a su madre sino a doña Catalina Garcés y Rivas, escribiría a la medida de su aliento, al ritmo de su respiración, todavía respiraba, había respirado, traspiraba, ¿será posible que ocupes tan buen lugar entre los viles detractores de mi causa?, ¿será posible que seas aquella Garcés que hace
más de doce años me manifestaba su amor más apasionado y rico?, ¿aquella que tanto lloraba mis ausencias, que tanto me obsequiara, que me sacaba de donde moraba para alojarme en su casa para hacerme apurar la copa derramada de los placeres?, pero ¿qué maldad no habrá en ti?, ya lo había delatado una vez porque forzado a vivir con ella la había dejado por presentársele un inesperado viaje en el que había conocido a doña Beatriz de la Torre Medrano, quien no dejaba de mirar el ataúd casi obnubilada, con el mismo interés o desinterés con que lo miraba cuando escribía, y luego a las subidas cavernas de la piedra nos iremos que
están bien escondidas, y allí nos entraremos y el mosto de granadas gustaremos, allí me mostrarás aquello que mi alma pretendía y luego me darás allí, tú, vida mía, aquello que me diste el otro día, porque escribía y escribía, algunas palabras se podían clavar con su pluma, bastaba cierta perseverancia, cierto rencor, cierta certidumbre, escribir por ejemplo ya habías consumado tus negras ocupaciones y calumnias y aún mantenías conmigo la más amorosa correspondencia, porque lo había acusado de haber ganado con artes maléficas su corazón y corrompido con sus discursos su entendimiento, todos sabían de tus amores con los clérigos
Guerrera y Murrieta, con el cadete C.I., con el hijo de la Enríquez de Figueroa, y con otros muchos que no cito porque son amigos y temo que sus queridas los arañen antes de entregarlos a las mazmorras de la Inquisición, se pasó los dedos como limpiando el sudor de su larga y huesuda nariz, esa alquitara medio viva, ese reloj de sol mal encarado, que se mandara prohibir el sermón, que se recogieran los ejemplares de él que hubiese en el convento de san José de Gracia o en poder de otro, dándose orden para ello al comisario de Querétaro, que se escribiera al orador lo mal que pareció al Inquisidor General su temeridad en muchas cosas
que predicó de la difunta, y los demás defectos notados por los calificadores, a vertedero y sudores olía aquel ataúd, mojó una vez más la larga pluma blanca de ganso en el tintero y si frecuenté tu casa durante el tiempo que permanecí en México fue porque tú me forzaste al principio, y porque después ya me gustaba el trato y entendimiento, más sin pensar en honduras, descansó la pluma y arqueó la espalda, hizo tronar los huesos de sus largos dedos y prosiguió si mantuve estando ausente correspondencia contigo, ah de la vida, fue por contestar a tus cartas, y si por último llegué a lo que llamas el colmo fue porque te empeñaste
concienzudamente en el lance y hasta dispusiste la tramoya, ¿pero qué cortejo seduce a una niña de diez años mayor que él, más catada que colmena, más probada que argumento?, y pensó antes de continuar escribiendo, lo segundo también es falso, yo no estaba loco para criticar abusos religiosos con el primero que me provocase, falso y muy falso, y para convencerte oye y recuerda ¿escribiría?, acuérdate como a poco tiempo de conocernos fuimos a pasear con varios a la Villa de Guadalupe, y cómo tú y yo nos dirigimos a la capilla del Pocito, y aquí agregaría como leyendo yo el milagro del muchacho que cayó del balcón sin hacerse daño,
dijiste ¿qué te parece?, poca cosa, pues lo veía comprendido en las leyes de la naturaleza, entonces ¿no lo tienes por milagro?, no por cierto, pues vaya que eres un bobo, ¿no adviertes cómo cayendo de cabeza el muchacho trae los vestidos cual si estuviese de pie, siendo así que lo natural sería traer las faldetas en la cabeza?, ¿no ves el milagro del pintor?, acuérdate de que ese mismo día mirando la imagen aparecida y estampada milagrosamente en la tilma del indio Juan Diego me dijiste qué bobos son estos mexicanos, sólo ellos pueden digerir que una mulatilla relamida sin expresión ni gusto ni belleza, puede ser obra de los ángeles, cuán
atrasado está este dibujo en el Cielo, todo era equívoco, impreciso, acuérdate del día que fuimos a misa de nueve a la Capilla de la Rioja que se halla en san Francisco y de la multitud de diabluras que se te ocurrieron contra aquel san Dionisio que en lo alto del retablo mayor va con su cabeza ven la mano, tú fuiste la incrédula que dudó la hubiese besado, mi muy querida, tú, tú misma me excitaste a que robase del Templo de Balvanera de México la mano estampada por un muerto, mano que por cierto entregué al Provisor Cienfuegos, cura de san Sebastián una tarde de mil incidentes graciosos, alguien con una máscara que era la cabeza de un burrito,
otro con la de un leopardo, en fin, y no fuiste tú misma con ayuda de tus criadas Aleja y Benita, y ante la presencia de Domingo Rossi, quien me vistió de clérigo, ¿y qué no dijiste tú con tu besable boquifloja cuando presentándote la tabla quemada descubrimos la superchería?, he aquí mi muy querido amigo, y son tus palabras, los monumentos que levanta la piedad o la picardía, y que con el transcurso de los tiempos forma el testimonio más irrefutable de que vienen almas del otro mundo, no bañes en el mar sagrado i cano recitó en alta voz, callada noche tu corona oscura, antes d´oir este amador ufano, y tornóse a escribir desentumeciendo
antes la mano con la pluma enarbolada, tú me dijiste un día que estábamos mirando en Catedral el sinnúmero de infelices que han sacrificado en las hogueras nuestros santísimos Inquisidores, y detuvo la mano para mejor atender al flujo de sus pensamientos, por no entorpecerlos ¿la vía oblicua?, en verdad que cuando leemos en el Evangelio que Jesucristo no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva (escribió), y vemos por otra parte la conducta de estos insaciables polifemos, es menester concluir que sus miras no son las de salvar las almas sino quizás la de saciar su rabia infernal, y carraspeó, dicen que las víctimas
del Santo Tribunal no convenimos al Gobierno, bueno, pues que nos destierren para que podamos corregirnos en vez de asarnos en pecado, total, de esto hablábamos, y ¿tuviste atrevimiento para acusarme de haberte corrompido?, te van a dar la razón en el pretorio de Pilatos, pero el público justo que respeta a Galileo y desprecia a tus jueces ya nos juzgará más dignamente, dichoso yo que lejos de ti etcétera etcétera, mi muy querida…, es notable la confusión en que cae respecto al pronombre él decía fray Francisco rodeado cada vez más de monjas como nocturnas aves, tan oscuras, tan graves, que al parecer querían despedirse pues
las campanas parecían estarlas llamando, pero fray Francisco no parecía notar su prisa, excitado, y seguía con varias veces usa el masculino le en vez del neutro, “se le acoerdes”, por se lo recuerdes, o en vez del femenino leerle por leerla, “falleció la reyna mi señora que Dios tiene sin verle”, esto es sin verle yo, tenía un volumen en la mano que hojeaba continuamente, y a la vista de determinadas páginas desarrollaba sus ejemplos, y más raro aún se entusiasmaba, le aparece por el plural les, “ellos son pobres…, acá se les ha dicho que le harán el favor que sea posible”, le cobija por les cobija, y no puedo presumir dónde pudo aprender
Colón este español tan deficiente, siempre como llevado por su extrema fantasía, tan hiperbólico como en el panteón adonde había empezado las honras fúnebres, el ataúd a la vista bañado en flores, todas las novicias del convento muy pulcras serenas sumisas reservadas con la vista baja, que en cuanto dijere de la vida virtudes éxtasis muerte y cualquier otro favor hecho a la madre sor María Ignacia vociferaba fray Francisco, no pienso prevenir el infalible juicio de la Santa Sede Apostólica ni intento que se le dé más fe que la puramente humana piadosa y falible, y empezaba a versificar con gran habilidad repitiendo más de una vez algunas
líneas, como dulces clavos pues tenéis crucificado a mi Amor fixadme en la Cruz con él porque con él muera yo, y luego seguía delirante con el panegírico de las virtudes de la monja, pero ya se despedían rumorosas prematuramente avejentadas pálidas desangeladas las palmas de las manos callosas ríspidas los dedos callosos, y fray Francisco las festejaba con castos beso a ustedes los santos pies, con almibarada picardía, y dirigiéndose a la más joven con un alarconiano homicida de mi triste vida, doña Beatriz de la Torre Medrano cada vez más divertida, él apuntando su nariz de pez espada mal barbado a los libros en las estanterías de
cedro, buscando en su memoria un soneto que a medias recordaba y que pronto encontró, desmayarse atreverse estar furioso áspero tierno liberal esquivo alentado mortal difunto vivo leal traidor cobarde y animoso, no hallar fuera del bien centro y reposo, mostrarse alegre triste humilde altivo enojado valiente fugitivo satisfecho ofendido receloso, huir el rostro al claro desengaño, beber veneno por licor suave, olvidar el provecho, amar el daño, creer que un cielo en un infierno cabe, dar la vida y el alma a un desengaño, esto es amor, quien lo probó lo sabe, la escena desarrollándose en una especie de irrealidad, de incredulidad recíproca, pero
conozco aún otra vida, las sirvientas deslizándose a su alrededor encendiendo mecheros velas hachones veladoras, de la cocina llegaba un vago olor a chicharrones ajos chiles cebollas salsas bebidas desbravadas y perfume barato, la puerta interior enmarcada con cristales italianos rojos verdes malvas, y fray Francisco volviendo del zaguán, fuertes pisadas, su enorme estómago subiendo y bajando según el ritmo de su respiración, háblanos de ti había dicho una tarde, y él recordaba con cariño un primer yo soy, y luego el torrente un arroyuelo un riachuelo interrupciones como piedras pero cada vez menos obstáculos el discurso que fluía la denuncia
dominado de nuevo por cierto furor cierta intolerable indignación, nacido en la ciudad de Puebla de los Ángeles allá por el año de gracia de 1773, de don Vicente Rojas y de doña Josefa Ladrón de Guevara, ambos cristianos viejos que lo hicieron pasar sus primeros diez años en leer, escribir y aprender de memoria un sinnúmero de oraciones mayor que el de nuestros ciegos decía su padre, pero se divorciaron y él se quedó con la madre que lo llevó a México, lo puso en las mejores escuelas que había, donde nada útil se enseñaba, y de ahí lo pasó al poder de un padre francisco secretario de provincia, de cuya celda se escapaba para estudiar latín en
el Colegio de san Juan de Letrán, contaba, este fraile me formaba el gusto copiando patentes licencias visitas provinciales y actas capitulares, todo el mundo conoce el mérito de éstas obras y yo, aunque muchacho, daba al diablo tan lindo entretenimiento y buscaba los medios de imponerme a las humanidades, ya estaba la cosa medio compuesta con un tío mío catedrático de ellas en Tlatelolco, cuando don Mariano Rivera predijo con la mayor energía mi suerte, señora mía, señora, no consienta vuestra merced en la vida que su hijo estudie, manténgalo vuestra merced en la mayor estupidez si quiere conservarlo, ¿por qué no había de haber
profecías en mi vida si las de los demás estaban repletas de ellas?, se hizo una junta y en ella se tomaron todas las precauciones necesarias, y con mayor astucia, asociados del fraile me pusieron en la tienda de un mísero gallego, y aquí lo interrumpió fray Francisco con extraordinaria afabilidad, lo que me recuerda, dijo, que hay quienes dicen que dada la extrañeza del español de Cristóbal Colón debe de haber sido también gallego, aunque el habla del Almirante no sería propiamente gallega sino portuguesa, pero perdón, hijo, no podía dejar de comentar esto, sigue, sigue, cada vez más mitigada su indignación, y del gallego me
mandaron a la Tlapalería de una vieja miserable chimuela y tonta, y de ahí pasé al poder del señor Fiscal Posada, durante tres años que le escribí a mano pude leer algo de su biblioteca y pude ir por las noches a la Academia de san Carlos para estudiar de oculto matemáticas y medio entender a los poetas latinos, y alzaba la voz, como si la cólera dominara el resto de sus estados de ánimo, más bien iracundo, hasta que un acaso me proporcionó a mis 18 una plaza de Contador de Resultas de primera clase en el Tribunal de Cuentas, adonde serví por unos tres años durante los cuales pude adelantar en las matemáticas, humanidades y botánica, y bajando
un poco la voz, más discreto, casi íntimo, entonces dejé la carrera de las oficinas y con bastante resolución entré en el Colegio Metálico para dedicarme a las Ciencias Exactas y Naturales, conocí durante esta época a Catalina Garcés, y a mis 24 años poco más o menos, me opuse a la cátedra de Matemáticas de Guanajuato, misma que obtuve y me dediqué a servir, estableciendo allí gratis la enseñanza del diseño de Arquitectura y Perspectiva, Botánica y Mineralogía, ejercí la medicina en obsequio de mis amigos y los pobres, abrí un curso de Química, en que si llevaba algo a los ricos era porque ayudasen en los gastos, me hice querer de
aquella bonísima gente que a porfía me proporcionaba plazas en sus minas, operaciones geométricas y cuanto pudiese contribuir a aumentar mi más que mediana fortuna, y se detuvo buscando los ojos negrísimos de doña Beatriz de la Torre Medrano que le acercaba una taza de la aromática y espesa bebida que le escurrió un poco por las comisuras dada su prisa, no me las enseñes más que me matarás, sonriente, pero carraspeó un par de veces, tosió, y en ello estaba cuando la noche del 3 de mayo de 1804 me sorprendieron los Inquisidores amparándose en mi persona y bienes, me condujeron a México y uno de ellos, malo por organización y por
principio, el mulato del padre Arias me robó por el camino hasta el reloj y el alfiler de oro de mi camisa, me encerraron el 12 del mismo en sus lóbregas cárceles, y me compelieron a que confesara llanamente mis culpas, pero no tenía otra alternativa sino haber dicho una y otra vez que el Tribunal de la Fe era injusto en convencer de errores por la fuerza, y en purgar el alma limpiando los bolsillos, y que era tan difícil destruir un edificio con raciocinios como acabar con las ideas con cadenas y grilletes, pero les ofendía que hubiera traducido por ejercitarme en la poesía de mi lengua algunos pedazos de Lucrecio, Tibulo, Catulo (que a ninguno dice mi
mujer, ella para unirse quisiera más que a mí, ni aunque el mismo Júpiter se lo pida, dice, pero lo que la mujer dice al amante anheloso, en el viento y el agua rauda escribir conviene, in uento et rapida scribere oportet aqua), Propercio, Marcial, Cornelio, Galo y otros, en fin, pasaron mi declaración al Fiscal y al cabo de dos meses él se presentó con setenta y siete acusaciones en mi contra, empezando con una de mi propia madre, y siguiendo con otras de la Garcés, de la Güera Bustamante, de la Galindo, ensayadora de Guanajuato, de los porteros e mi Colegio, clérigos felipenses, soldados que me aprehendieron y condujeron y gentuza de esa
ralea, y les parecerá extremada esta acusación a primera vista, pero era corta cuando el Fiscal me acusó de que me quitaba el rosario cuando jugaba al florete, de que almorzaba café con leche en Cuaresma, de que decía que los clérigos y frailes jamás entraban en materia temerosos de mala causa o de su crasa ignorancia, y de que los hábitos de nuestros beatos eran útiles para cubrir las tachas del nacimiento, las de la conducta y las del pingüe o cochambre, y todo esto consta en delaciones, que tenía y leía aún cuando caminaba el Catulo, Tibulo y otros poetas, seguramente no sabían de los azotes que dieron los ángeles a san Jerónimo diciéndole tu non
es Christianus sed Ciceronianus, y no puedo olvidar otra, hagamos justicia, en donde se consignaba que alguna vez le dije a la desdichada Güera Bustamante, que los frailes estaban mal vistos en todo el reino porque después que perdieron sus pingües curatos, ya sólo entraban la gentuza o los hombres más inútiles y perniciosos al Estado, acusaciones dignas del siglo XI, pero el maldito y maloliente Fiscal terminaba diciendo otrosí pido que si el reo se negara a confesar los delitos de que lo llevo acusando, lo mande vuestra Señoría ilustrísima poner a cuestión de tormentos y mantenerlo en ellos hasta que confiese, gran expresión de
condescendencia en el noble rostro de fray Francisco, de comprensión en la mirada amorosa de doña Beatriz de la Torre Medrano, hermosura confirmada, de estupefacción en las del hostelero y un palafrenero, de angustia en otros, no me parece justo señora mía, pensaba escribirle muy pronto a doña Josefa Sein y Bustamante, una señora le contaba a doña Beatriz de la Torre Medrano, más dadivosa que la mujer de Claudio, la Emperatriz Mesalina, a quien los tahúres de Guanajuato llaman La Güera porque es rubia, los cirujanos Pelona por quién sabe qué cuento de police levi y de saeduntur timidae, medico ridente, mariscal, otros Lesbia y
no por poetisa ni señora suya, no le parecía justo, iba a escribirle, querida señora, iba a escribirle lo más ordenadamente posible, aunque escribir para él siempre era un poco frustrante, el escribir lidiaba con lo imposible, escribía de a poco, era nerviosamente fragmentario, se sentía demasiado iracundo, escribía no es nada justo que habiendo sacado a la luz a Catalina deje usted en tinieblas, y menos cuando ya es usted tan nombrada por sus bellaquerías, fullerías, y por la muerte que procuró a su virtuoso marido, no había remedio, mi ánimo de justicia me compele a recordar a usted como a la otra bribona, el que habiendo usted
ido a visitarme a mi Colegio clandestinamente y dicho ¿cómo se atreve usted amigo mío a vivir sin santos en su cuarto?, y agregó ¿ignora usted que vive entre unos felipenses que cuanto son más criminosos y necios son tanto más supersticiosos y dañinos?, ah, si yo le describiese a usted la vida de ese Arias contrabandista, de ese Gudiño fullero, de ese Murrieta mujeriego y mentiroso, de ese Leal farolero y salteador, y de ese Cayetano brutal en sus venéreos placeres, ¿cómo se reiría usted al oírles predicar contra los vicios?, mañana mismo le devolveré una alambicada Concepción y un san Felipe que me mandó a mi cuarto suscitando más burlas
religiosas que las que yo necesito o me merezco, señora mía, el cementerio como favorecido por la naturaleza, cierto sosiego, la voz amable de fray Francisco perturbando sin ninguna violencia el murmurar del río, susurrar de las hojas o el gruñido de los abrojos, mucha gente allí alrededor del florido ataúd, fray Francisco imperturbable, su historia era hablar, y ésa quizás no era su historia porque nadie conocía una historia así, si hubiera historia, porque siendo sacristana María Ignacia se encontró con una forma en los corporales viendo en ella a Jesús su Dueño aprisionado con unos grillos de oro, que amoroso le decía así me tiene tu
amor, porque ya había escrito esa carta y esta vez estaba de nuevo en el cementerio escuchando las honras fúnebres en la voz harto ronca y hasta casi hipnótica de fray Francisco, quién seguía como poseído, ¿qué eran todos en ese momento?,¿un leve espanto azoro estupefacción maravilla?, estando pues María Ignacia una ocasión en su continua y ardiente oración bajó de los cielos su dulcísimo dueño Jesús y le dijo que venía a herirle el corazón con su propia mano para que muriese a todo lo visible, y diciéndolo y haciéndolo fue todo uno, ella quedó agonizando y muriendo, y su dulce Jesús la reclinó en su amorosísimo pecho y
dulcísimos brazos diciéndole y haciéndole muchas divinas caricias, veis aquí señores a sor María Ignacia con el corazón herido como la esposa vulneraste cor deum, o la veis ya sin corazón, porque su amante Dueño no sólo se lo hirió sino que lo tomó y se lo llevó consigo, como notó Batablo abstulifili mihi cor, pues sin corazón ¿cómo ha de amar sor María Ignacia?, ¿cómo ha de vivir?, desde luego sor María Ignacia ya estaba muerta antes de expirar pues le faltaba el corazón antes de morir, así es señores, se estuvo sor María Ignacia todo un día muerta sin corazón, pero a las veinticuatro horas volviendo su dulcísimo Jesús asociado de su
santísima Madre, de muchos ángeles, santos y santas que vistiéndola con gala y mantos muy ricos y brillantes, semejantes a los que el hermano Dios traía, y poniéndole en su cabeza una corona de oro preciosísimo, en presencia y a la vista de todos, el veterano Jesús se desposó con ella, quitándose de su hermosísima mano una sortija, y poniéndosela a sor María Ignacia en uno de los dedos del corazón, y abrazándola estrechamente, y llamándola con el aliento se la entró en sí mismo y unió su Alma con a suya, quedando ella toda estampada en Cristo y Cristo en ella retratado todo, luego su Divina Majestad abriendo su amantísimo Pecho y sacándose de
él su mismo Divinísimo Santísimo y Dulcísimo Corazón, se lo puso y engasto a sor María Ignacia en la herida que el suyo tenía abierta, o en el mismo lugar de donde le sacó el corazón, diciéndole estas palabras así se curan las llagas de amor, veis ya señores a Cristo en el corazón de María Ignacia y a María Ignacia con el corazón de Cristo muerta antes de expirar, pues siendo verdad que el corazón es principio de la vida quién duda que María Ignacia teniéndole Corazón de Cristo y Cristo el de María Ignacia, quedó María Ignacia después de muerta viviendo la vida de Cristo y Cristo la de María Ignacia, sí señores, sí, ambos hicieron trueque de
sus vidas pues hicieron feria de corazones, por eso el Divino Jesús después de haberle dado a María Ignacia su Divinísimo Corazón le dijo ya esposa mía de mi Corazón no saldrás, yo te concedo que estando toda en mí y yo todo en ti, en lo exterior no se te concederá como deseas y has pedido, ya moriste al mundo y a todas sus cosas, y así desde hoy tratarás con las criaturas como muertas y solo vivirás en mí y para la obediencia, por eso María Ignacia antes de morir se alistaba con el Apóstol entre los muertos, tamquam morientes et ecce vivimos, y después de muerta se contaba entre los vivos morti eftis et vita vestra a abscondita eft, porque murió
antes de expirar y siguió viviendo después de muerta, ¿cómo él?, tan sólo quería poder escribir, responder por escrito, responder para imposibilitar más insensateces, escribir para intensificar su desacuerdo, para hacerlo durar, escribía para no hablar (tal es el silencio de la escritura), mi muy señora iba a comenzar, o señora mía, otra noche tomando con usted chocolate me dijo en verdad que los de tierra fuera quieren fundar sobre nosotros los payos un dominio, el más inicuo y tirano, por cuanto se suponen dotados de más luces y conocimientos, pero esto es enteramente falso, ustedes circunscriben palabras a sus ideas (como me enseñaba
un curita que me perdió a mis trece), y nosotros ideas a las palabras, ni puede ser de otro modo, embelezados con mil prácticas supersticiosas, no piense usted que pretendo elogiar a los míos, sé nuestras ridículas ideas con la Virgen de la parroquia y con el onanista del reverendo padre Arizmendi, bien cebado a expensas del tarado Marqués de Rayas, pero sé que nada puede igualar a los mexicanos, ustedes conservan en Balvanera un Ecce Homo pues creen se va a levantar poco a poco hasta que llegue el Día del Juicio a cuyo alboroto ha de echar a correr, ustedes tienen en la capilla de Balvanera de los frailes franciscanos el anillo con que se
desposó san José, que no es más que una grosera argolla, y embaucan a los frailes y tragan ustedes que cuantos le miren no perderán la vista, ustedes tratan con la mayor veneración una figurita de palo del retablo de Melisandra a la que llaman Virgen de los Remedios, porque no lo hay para sus carcomidas y apolilladas narices, ustedes conservan en Catalina de Siena un Jesús de talla que iba a visitar por las noches a una niña de la Enseñanza, y guardan el paño de rebozo que la inocente usaba para que no le diera el sereno, ustedes conservan la Virgen de la Bala con el cuento de la mujer que parió por la boca, el cuadro con la calavera con lengua en
Loredo, y el alma en los dientes, hasta que un Obispo andante deshizo este encantamiento con echar la absolución, los frailes franciscos tienen en su coro un Cristo de madera que llora cuando lo azotan los judíos, ustedes en la Sa/, bueno, señora mía, iba a escribir usted se acuerda ¿verdad?, otra noche también estando el propio sitio usted se río de mí cuando al dar las oraciones me levanté diciendo el Ángel del Señor anunció a María y concibió por obra del Espíritu Santo, y luego agregó usted como nos dicen los que nos pierden la cabeza ¿no es así?, y por último usted me dijo un día que había estado a visitarme el embajador Arizmendi, y
habiendo rodado la conversación sobre usted, y dichole yo su eficacia y caridad para con los enfermos, torció el hocico y me contradijo, que había demonios que, como si no tuviesen mujeres e hijos, y como si no hicieran gastos, escribían contra ellos tratándolos de ociosos, canallas y manos muertas, y que aunque creía que usted no era de éstos, el prurito que usted tenía por galantear a las mujeres de los religiosos y por desbancarlos, era bastante prueba de su irreligiosidad, yo hice de usted varios elogios, pero todos en vano, ¿qué piensa hacer usted?, ¿qué?, informarme de la noche que simulando salir a confesión tomó el camino del barrio del
Venado para ir a refocilarse con la pécora que había traído de Celaya, aguardarlo a la puerta y darle cuando saliera una paliza para que así no cuidara de lo ajeno, nada de eso, pues qué, oiga usted amigo, el reverendo padre Eufrasio, comisario de terceros en Guanajuato jugó una noche cuatro mil pesos de una obra pía, y el canalla no tiene otra fruición que ver a sus pies a cuantos hay o suponen de algún mérito, bien noto que es una bajeza pero nos proporcionaría un gran descanso, ahora bien, haga usted un catálogo de pecados en que haya mucho de foljanzas y otras cosas propias de su edad, o si no yo se lo haré que para eso me pinto solo, y con él se va
usted a confesar, y luego pide la comunión y repite de mes en mes la humorada que hago cada año, querida amiga, aunque sea tan malo no me hallo en estado de hacer una comunión sacrílega y llenarme de remordimientos, mejor dejaré la tierra falto de otro recurso, hombre más animal, con que ¡no se halla usted en estado de hacer una comunión sacrílega?, si fuera en el de hacerla dignamente ya lo entiendo ¿pero sacrílega?, está usted más que en estado, también habla usted de remordimiento sin hacerse cargo de que vienen del poco uso y con el mucho se quitan, mire usted Güera de mis pecados, que yo bien lo sé, a usted le hubiera
gustado abrazarme en mi ataúd, casi la veo sentada en él quitándose los guantes y las medias y todo lo demás, a usted le hubieran dado ganas de meterse en mi caja para estar conmigo, para estar a mi lado, porque todavía recuerdo cómo le gustaba que leyéramos juntos, casi entrelazados, antes y después, y acogime donde me señaló, digamos, y topé muchos demonios en el camino con palos y lanzas, echando del infierno muchas mujeres hermosas, muchos malos confesores y muchos malos letrados, recuerdo todavía tu desnudez, el peso de tus senos que trascendían toda belleza imaginable, aquel retozo del espíritu y desasosiego del cuerpo, pero te
decía que pregunté por qué los querían echar del infierno, y dijo un demonio que por que eran de grandísimo provecho para la población del infierno en el mundo las damas con sus caras y mentirosas hermosuras, los confesores con vendidas absoluciones y los letrados con buenas caras y malos pareceres, recuerdo sobretodo la extraordinaria humedad de tu, el calor, la extraordinaria dulzura, aquella ansiedad, y que así los echaban porque trajesen gente, los dos desnudos, pero el pleito más intrincado y el caso más difícil que yo vi en el infierno fue el que propuso una mujer condenada con otras muchas que estaban por putas enfrente de unos
ladrones, y comencé a lamerte y aquel gusto dulzón me llenaba la boca, la cual protestaba decidnos señor, ¿cómo ha de ser esto del dar y el recibir, si los ladrones se condenan por tomar lo ajeno y las mujeres como nosotras por dar lo suyo?, aquí de Dios que el ser puta es hacer justicia, ya que es justicia dar a cada uno lo suyo, pues lo hacemos así ¿de qué nos culpan?, y arrojábamos el libro a un lado, mire usted Güera, pero estaba en un lugar imposible, un panteón donde todos los caminos parecían alterados, confundidos, substituídos, la Güera avanzando mayestáticamente hacia él por un camino pisoteado, y de pronto otra voz como la
del Juez, ah ese vértigo de instantes parecía que no iba a terminar nunca, bien decía el poeta que ayer se fue y mañana no ha llegado, que hoy se está yendo sin parar un punto, soy un fue y un será y un es cansado, y no debe decirse que la Religiosa saliera del monasterio con el fin de predicar, mucho menos de hacer creíble que lo hiciese con el objeto de bautizar a los infieles, porque ninguno, aunque sea principiante en los estudios de Moral, ignora que las mujeres sólo pueden bautizar en el estrecho caso de estarse muriendo una criatura y no haber hombre que la pueda bautizar, o aunque lo haya, ignore éste la forma y la gesticulación del bautismo, o sea
indecente que se halle a la vista en donde está la parturienta, fuera de este lance nunca jamás debe bautizar una mujer, a no ser que alguno diga lo contrario, sosteniendo ubi non est Sacerdos, equé potest quilibert christianus (ministrare Sacramento) chiam si mulier eut puer est, qui enim baptizatuse est, spitum christi habet, ubi autem Spiritu Christi est, obi omnium potestas et libertad, mire usted Güera de mis deseos, ningún sacerdote tiene remordimientos de celebrar indignamente, y los tiene en cambio de que se les reviente el rosario, ¿cree usted que la décima parte se prepara?, pues no de ellos vienen del garito con los naipes floreados en
la manga, de ellos de la taberna eructando licores, de ellos de los lascivos brazos de su amasia o de las sucias y hediondas mancebías, y los más santos, y los más devotos, de murmurar tergiversar odiar sembrar cizaña blasfemar intrigar acusar, desengañémonos amigo, nos conmueve lo nuevo así como estornudamos con los primeros polvos, haga su confesión, repita sus comuniones y sacuda sus pueriles temores que yo en cambio le ofrezco una muy dulce paz, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amén, pero quería escribir, qué absurdo, escribir era la decadencia del querer, algo como una pérdida del poder, la caída en las palabras
lejos de las acciones, otra vez el desastre, aunque sin lenguaje nada se muestra así que escribió, lo que me sorprende es que todo y mucho más que usted supuso, lo vomitará en las barbas de los Inquisidores, nada nos debemos empero, porque yo hice otro tanto, pero citando a otros testigos, pobre Güera, si usted hubiera visto cómo se lamía Prado el hocico cuando le dije que era usted rica, si usted hubiera visto la prolijidad con que asentaron las cosas de usted, estoy seguro que les habría dado cabalongo o un poco de intzcuinpatli, porque nada se indaga con más cuidado ni con más juramentos que el capital de cada uno, en fin, si usted quiere
escapar el pellejo regáleles veinte o veinticinco mil pesos sin hacer caso de su integridad, desinterés y otras voces que esparcen, querida señora, más o menos inquieto en la sala de audiencias, preocupado ante el escribano Molina y el Juez ¿cómo le ha ido?, él desgarrándose más o menos bien señor juez, animado con la confianza que en usted tengo, empero, lleno de empacho al mirarme reo de un tan atroz delito como haber roto los límites que se pusieron al pensar y…, ¿cómo ha de ser?, lo interrumpió el Juez, no hay que apurarse por eso y más cuando no depende del hombre el caer o no caer, que todo está comprendido en el Plan de la
Providencia, ¡cómo ha de ser!, el mundo está tan adelantado que no me admira el que haya herejes, sino el que haya tan pocos, y no se engrían los que se conservan al caer, pues el apóstol dice qui stat videat ne cadat, luego no pareceré tan culpable a los ojos de vuestra señoría intercedió él, y no, amigo, dijo el Juez, porque yo no hallo por qué causa haya de ser culpado un hombre que organizado por la naturaleza con cierta configuración distinta de la mía, ve, oye, huele, palpa, siente y piensa de un modo distinto, ni tampoco le culparé si recibiendo distintas impresiones sus ideas son distintas, porque ¿qué parte tiene en las obras de la naturaleza ni
del acaso?, nadie quizás ha destruido con menos palabras y más radicalmente la base del cristianismo pensó él, o la libertad y el albedrío que falsamente se supone en el hombre, pero dijo es posible señor, y el Juez le diré más a vuestra merced, que de cuanto mozos de talento estudiaron conmigo, otros tantos prevaricaron, pero vamos escribiendo la confesión de usted de un modo sucinto en que declare cuál es su sistema, con eso en dos palabras se contesta a ese insulso farragoso del Fiscal, diciendo a lo cierto que es consecuencia del sistema de usted y a lo falso que es mentira, casi júbilo del acusado diciendo vuestra señoría me inunda profundo gozo
con su método tan geométrico y perceptible de representar las ideas, pues veo claramente que no duraré mucho en la cárcel, no por cierto puntualizó el Juez, y a fe mía que si hubiera caído en tiempo de mi antecesor Bergoza, que era un bruto, aún tendría usted el rabo por desollar, y después de toser a discreción, pero vamos, infórmeme usted del orden de sus descarríos y procure convencerme de su sistema para que dicte la confesión al escribano, ¿cómo comenzó usted a ilustrarse?, leyendo a nuestros apologistas, no es usted el primero y la cosa es muy natural, porque las objeciones de los herejes, como nuevas, afectan con más energía nuestro
cerebro grabándose más profundamente, mientras que las usadas del Apologista apenas nos conmueven quizás porque la mayor parte de ellos ha sido gente de poco seso, pero ¿quién ministró a usted esos libros?, mi dinero poco a poco, que usted dijo a la Garcés que cierta persona había instruido a usted en el materialismo desde su más tierna juventud, ésa es precisamente la calumnia, exaltado, yo no he sido ilustrado por nadie experto en materialismo, y si le conté tal cosa fue en recompensa por haberme dicho una noche sépase usted que mi marido sabe tanto como nosotros y si no lo parece es por precavido, ¿y usted cree a Garcés
materialista?, no señor, y si lo es no lo indica, contraatacando pero dígame usted ¿quién dice Catalina que me inició?, ¿quién?, eso es un secreto sagrado que se reserva el Fiscal, pero usted no es el Fiscal ni Bergoza sino un hombre ilustrado que debe de hacer burla de tales boberías, es usted el diablo, dice que el fiscal Posada, pero yo no le creo capaz de meterse en honduras, me alegro que vuestra señoría lo conozca, pues así desconfiará de las delaciones de esta señora ¿con que ningún hereje ha conocido usted?, ninguno ninguno, pues hombre aquellas platicas con Catalina que no debe separarse la facultad de pensar de la de sentir, que no conocemos de
los seres sino las impresiones que en nosotros excitan, que un hombre dotado de más sentidos conocería más propiedades, y que por consiguiente ignoramos las íntimas de la materia, que si en la especie humana se halla el máximum de la sensibilidad por toda la superficie difundida, aquellas pláticas digo ¿de dónde pudo usted tomarlas?, de libros antiguos y modernos, poco a poco, ¿qué autores modernos ha leído usted y dónde?, Helvetius, Montesquieu y d´Alembert en casa del señor canónico Cándamo, que tiene permiso para leerlos, lo sé, pero ¿él se los ministraba a usted para que los leyese?, no señor, yo los tomaba, y para esto fingía ir a dormir
la siesta en un escaño de la sala, ¡válete el diablo de la curiosidad!, vaya accidente más raro, ¡y luego Helvetius!, tras de que una ocasión que me puse a leerlo ya me sentía cambiado, y en verdad que si no lo dejo me transtorna, pero ¿cuáles son los antiguos que usted ha leído?, todos los poetas latinos, algunos prosaicos, y uno que otro griego, ahora estoy meditando dijo el Juez, cuán útiles son las matemáticas, pues le han dado a usted método para instruirse, esto es, viendo usted que los modernos no hacen más que retocarnos a los antiguos se dirigió usted a las fuentes, bien hecho, pero ¿dónde pudo haber libros tan raros?, nosotros tuvimos un
tiempo de ilustración en letras humanas que fue el de los Jesuitas, como lo manifiestan sus obras, fueron expatriados y con ellos las letras, sus libros quedaron en poder de los frailes que por verlos en latín los abandonaron al polvo y la polilla, pero de ahí he sacado cuantas preciosidades conservo, eso es certísimo concluyó el Juez en esta ocasión, y yo lo sé mejor que usted, como que les conocí, pero vamos extendiendo esta declaración que se hace tarde, y la extendieron con gran trabajo para que la firmara, y lo devolvieron a su celda estrecha y fría, inhóspita, sin ninguna luz y demasiado baja, de manera que tendido era como mejor estaba,
cuan largo era, y para rechazar la antipatía del cemento se imaginaba rodeado de madera como en una tumba, en un ataúd, todavía lúcido aunque aterrorizado por estar enterrado en vida, de nuevo en el cementerio, sin salir nunca del cementerio, de pronto muerto y vivo otra vez, de nuevo entre las tumbas recién abiertas, cerca del osario, vivir era tan desconfortable, las esclavinas y los velos blancos de las mujeres brillando al sol, reverberando la tunicela, la dalmática, la mitra, el anillo impresionante de fray Francisco Frías y Olvera, su enorme manaza izquierda deteniendo los folios con el discurso, los semblantes ausentes casi
fantasmagóricos cerúleos pálidos, y fray Francisco seguro y satisfecho de los oyentes que escucharían el panegírico de las virtudes de la monja, recordando que durante una espantosa y terrible tempestad que se abatió sobre Querétaro el 12 de mayo de 1770, se presentó Jesucristo a sor María Ignacia, severo airado enojado iracundo diciéndole que destruía asolaba y aniquilaba a toda la ciudad, que la volvía pavesa polvo y ceniza en castigo de sus muchas y graves culpas, pero como sor María Ignacia siempre fue el consuelo de los afligidos, con dulces coloquios y plegarias fervientes pidió misericordia y su Majestad después de algún tiempo de
oírla, enterneciéndose ante sus tiernos gemidos, benigno la dijo que por sus eficaces ruegos no lo haría, y se aplacó luego la tempestad, y ya al entrar en la enumeración de los portentos que había realizado en vida sor María Ignacia, principió por afirmar fue la que obligó a curar los ojos a una de sus monjas con el tacto de su lengua y saliva de su boca, hasta dejárselos perfectamente buenos, fue la que obligó a cuidar del sustento de su convento con tan prodigiosa exactitud que cuantas veces se le avisaba que faltaba alguna cosa respondía sin la menor congoja ya Dios lo enviará, lo que prontamente se verificaba, fue la que le obligó siendo
tornera y abadesa a no despachar a ninguno del siglo desconsolado, quitándose muchas veces la comida y aún las frazadas con que dormía, sólo por socorrer a los enfermos y los pobres, fue la que se movió a vivir siempre lastimada por la ignorancia de los gentiles y por la ceguedad, malicia e ingratitud de los pecadores, estrechándola a que continuamente estuviese pidiendo a Dios por ellos, y mucho más cuando veía que su dulcísimo dueño Jesús se hallaba severo airado y enojado, que entonces con dulces coloquios y tiernos gemidos, les alcanzaba a todos misericordia, fue la que en los últimos años su vida la llevó a tierras muy remotas de infieles
donde les predicaba la Doctrina Cristiana, les daba noticias del verdadero Dios, les enseñaba los misterios de la Fe, los bautizaba, encendía en amor de Dios, y en una ocasión de un caliz con sangre que se le dio les echaba en la cabeza a cuantos llegaban hincados a recibirla, fue la que compelió a que con fervientes plegarias y ruegos eficaces suspendiese la entrada del espantoso y tremendo viborón de la herejía a este Americano Reino donde venía ya a introducirse, en castigo de sus muchas y gravísimas culpas, fue quien enseñó aquel tesoro infinito de los méritos de Cristo Señor nuestro, que en los domingos de Ramos, ínterin se
cantaba la Pasión, se le franqueaba para que lo distribuyese a su voluntad, lo aprovechaba siempre a beneficio de los pecadores, el papel la pluma la tinta el pulso la lengua los labios la voz todo se me consumiera si hubiese de referirlo todo, doblemos pues la hoja con sólo este pasaje, los inquisidores se detendrían allí, podía preveerlos, y hasta armaba la réplica mientras leía, pues lo contradecirían de más o menos así el orador trajo el cambio de corazones y el trueque de vidas repitiendo más de una vez que sor María Ignacia vivía la vida de Cristo y Cristo la vida de sor María Ignacia, válese para ello del texto de san Juan in me manet et egi
ineo, interpretándolo todo a su antojo contra lo mandado por el Concilio de Trento, porque si esta religiosa estaba en gracia, como en efecto estaría, viviría en ella el Señor, y podía ella decir con el Apóstol, según también lo evoca el orador, vivo ego, jam non ego vivit vero inmextus, porque que Cristo viva con la vida del Justo, no hay un expositor de los que hemos visto que tal diga, antes al contrario según lo dio a entender si Majestad a san Agustín cuando le dijo cibus sum gradium, crece, et manducabis me: nec tu me mutabis inte sicut cibum carnistue, sed tu mutaberis in me, no le corresponde vivir con la vida mortal y defectible como lo es la del
viador aunque sea justo, el cual siempre está sujeto a defectos del cuerpo y del espíritu, voto a tal, el primer testigo explicando que cuando alguien intentó persuadirlo para que depusiera un sentimiento antagónico a un vecino suyo, respondió desengañémonos, pues somos como unas máquinas que en tocándonos ciertos resortes nos movemos por aquellas partes que les corresponden, y eso de creer que podemos estar de este modo o del otro se queda para los cristianos atontados, voto a tal, el mismo testigo afirmando haberle oído decir que estaba perfectamente instruido en el materialismo y ya había salido de las mentiras cristianas, que no
había infierno, purgatorio, ni gloria, y que el mundo había tenido tres grandes embusteros, Moisés, Jesucristo y Mahoma, en fin, que estaba averiguando como la religión cristiana había hecho progresos durante la persecución, para estancarse en el triunfo, según lo demostraba el que sólo fuesen cristianos los ignorantes, los pobres y las mujeres, y esa misma vez añadió que creer en Dios sin verlo, era intención semejante a la de don Quijote, cuando quería que confesaran hermosa a Dulcinea sin haberla visto, voto a tal, y decía a su auditorio que la causa de la creación del mundo era el mundo mismo, que consideraba más discreto a Mahoma por
haber forjado un cielo de deleites sensibles, que a Jesucristo, por haberlo formado con majadería, cual era estar cantando por una eternidad, voto a tal, el mismo testigo lo escuchó hacer el siguiente comentario sobre la pena de daño, yo no sé qué pena es ésta, apuntando al cielo con su archinariz, porque si los condenados no han visto a Dios como es en sí, ¿cómo han de sentir el haber perdido el bien que no conocen?, voto a tal, el sexto testigo haciendo declaraciones parecidas porque le había oído decir que los libros religiosos se deberían expurgar porque estaban llenos de milagros apócrifos, el séptimo testigo contó que en cierta
casa distinguida de Guanajuato le había visto hablar con extraordinaria elocuencia, libertad de crítica y moral, y que desde entonces había dejado de ir a esa casa, el octavo testigo manifestó que el reo demostró muchas veces su flaqueza diciendo que gastaba su dinero en tratos ilícitos con las mujeres, y que en varias ocasiones le reveló algunos pasajes obscenos de poetas latinos como Horacio, Catulo y Propercio, odio y amo, por qué lo hago preguntas acaso, no sé, pero siento que es un hecho y me torturo, necio, sed fieri sentio et excrucior, voto a tal, el último testigo, el noveno, casado y español de buena conducta, fascinado describiéndolo con cierta
mujer a la que hablaba de los secretos de la química, indicándole que así como su cuerpo se podía electrizar y galvanizar, así se podía mesmerizar, explicándole que los efectos de esta operación consistían en adormecer poco a poco a la mujer en sus sentidos, hasta ponerla como embriagada, para lo cual bastaba con pasarle la mano blandamente por algunas partes del cuerpo, como cejas brazos nuca cuello mejillas, y añadió si vuestra merced quiere que le haga la experiencia verá qué sensaciones tan gratas experimenta su cuerpo, el testigo asegurando que la dama no sólo creyó al reo brujo o hechicero sino hasta pensó que pretendía privarla
para burlarse de ella, y todo subía como una marea feroz por la memoria cárdena, y todo sabía amargamente cárdeno por el recuerdo de una noche, trepaba por la penosa rememoración, por el jadeante ascender y acordarse de una noche saliendo de la sombra, un momento tan solo, reconstruir aquella adoración hecha de pétalos, de palabras y de polen de palabras, de cansancios o incrustaciones lamentables, quejidos, de quemaduras y desolaciones junto a, voto a tal, y bramó pues cómo le faltó a sor María Ignacia antes de morir el corazón, que es el principio de la vida, por eso murió antes de expirar, y como después de muerta le quedó el
Corazón de Cristo que es manantial de mejor vida, por eso después de muerta vive, porque después de muerta tiene en Cristo toda su vida escondida, díganlo aquellos sus continuos y diarios excesos o éxtasis mentales y aún corporales muchos, en que se quedaba, como veían las religiosas, muerta sin ejercicio de las Potencias, y sin el uso de los sentidos, ni veía ni oía ni entendía porque su amor la tenía muerta, viviendo solamente la vida de Cristo como ella misma, quitándole a san Pablo de la boca sus palabras decía vivo ego jannonego, vivit vevo, in me Christus, y esto fue tan patente que las religiosas, explicando lo que concebían de las
exhortaciones domésticas, que sor María Ignacia semanariamente hacía a su comunidad, en que reprendía las faltas y alentaba el ejercicio de las virtudes, decían que enajenada toda a eficacias de su espíritu, eran sus palabras tan agudas, sus sentencias de tal peso, la aplicación de la Sagrada Escritura tan natural, que en todas causaba tan singular moción para cualquier rumbo senda o camino, que emprendía atraer sus efectos, y esto mezclado con tal suavidad y dulzura que aunque se dilatase no se les hacía sensible, ya que todas convenían que no era sor María Ignacia quien hablaba, sino el Espíritu de Dios que en ella vivía, gozo de gozos, el alma
en la piel, pero lo volvieron a sacar de la celda maloliente y húmeda nariz delante, porque alguien le había oído decir que solamente la ciencia de las matemáticas descubriría la verdad, y lo llevaron de nuevo a la sala de audiencias, adonde el Juez habló de desarrollar nuevos razonamientos, empezando ahora falta que usted cimente su materialismo, y como si fuera a arrancarse de una vez por todas la agresiva nariz, sacudiéndola, moviéndola de un lado a otro con auxilio de los dedos como buscando despejarla, érase una nariz sayón y escriba, un Ovidio Nasón mal narigudo, se aclaró la garganta, pasó la lengua por sus dientes, se alisó la ropa de
preso para limpiar las manos de sudor y señor, yo no tengo materialismo, ni estoy decidido ni menos en estado de establecerlo, no andemos con eso replicó el Juez, establezca usted un sistema y busque los medios de convencerme, pues de no hacerlo, pero señor, interrumpió él con la mayor humildad, Mi muy señora, déjese usted de preámbulos y al negocio, en hora buena, cauteloso, con cierto recelo, un recelo como de gato escaldado, si establecemos como atributo a la Divinidad la omnipotencia no se me hace difícil que haya dotado de la facultad de sentir y pensar a la materia, en verdad que no es repugnante pero entonces ¿el atributote la
justicia?, resplandece como el más equitativo, pues pagamos con penas terrenas y limitadas los malos terrenos y limitados que hacemos, esto es, el que se entregue sin rienda a los deleites y excesos quedará tan harto que le fastidien, he aquí el castigo, ¿y no parece a vuestra Señoría más equitable que un fuego eterno?, ¿no es esta una pintura más conforme al Dios benigno y pródigo que reglare y sostiene el Universo, que el bosquejo incoherente de nuestros teólogos en trazarnos a un Dios todo venganzas?, no hay duda confirmó el Juez, pero entonces ¿cómo conciliamos el Gehena del Evangelio?, señor, Gehena no ha significado entre los judíos otra
cosa que valle de llanto, y esto viene de que en el de Hinnam era donde se inmolaban los muchachos al ídolo de Moloch, y que esto sea cierto se deduce del mismo Evangelio, pues en él se dice entonces dijo el Rey a sus ministros arrojadlo atado de pies y manos a las tinieblas exteriores donde habrá llanto y crujir de dientes, note usted que ese adjetivo exteriores no puede convertirse sino en un campo, y jamás a un infierno interior y subterráneo, basta ya culminó el Juez, ya tengo lo necesario para hacer la clasificación de usted como hereje materialista, que ha respetado la idea de un Dios creador y conservador y hasta la revelación,
pero que supone con Locke no rupugnar que un Dios omnipotente hubiese dotado a la materia de la facultad de sentir y pensar, ahora verá usted cómo volamos en la contestación a la acusación fiscal y publicación de testigos, pero señor yo no estoy decidido, y así no debe juzgárseme hereje que significa adherido, si tengo dudas no vienen de mala fe sino de no haber quién guste debidamente aclararme, instrúyaseme y recibiré gran bien, ya le he dicho a usted que se fíe de mí y que no cuide de su casa de su instrucción ni de nada, sor María Ignacia empezó a practicar las máximas del evangelio desde los primeros arrullos de la cuna, ayunaba
privándose muchas veces y aún los días enteros con sus noches de los pechos de su madre, ya oraba y meditaba, luz nada más, y cuando supo hablar guardaba tanto silencio que pensaban los suyos que había enmudecido, y observaba tan rígido ayuno que sólo tomaba al día dos o tres soletas, y cuando se enfermaba los médicos opinaban que no tenía ninguna enfermedad, y a los cinco años de edad empezó a mantener diálogos con Cristo, y ya de religiosa fue tan abstinente que en diez años continuos no llegaban a cuatro onzas todo cuanto al día tomaba, en dieciocho años se vio constantemente atormentada por los demonios y en cuanto a las
penitencias a que se entregaba rebasaban lo indecible, pues constantemente hacía muchas cruces en el suelo con la lengua desangrándose tanto que se debilitaba en extremo, cuánto silencio de los árboles allá arriba, y durante sesenta y siete años que tuvo de edad se entregó a terribles mortificaciones, fue tan milagrosa que hasta los mismos demonios se le rendían y sujetaban arrojándose despechados al abismo luego que ella los mandaba, y él dijo que daba por bien hecho cuanto se hiciera, su memoria ya era carne, decía pues nada tenía que temer de la palabra, honradez justicia y misericordia de un Tribunal llamado por antonomasia el Santo,
no se engañó, pues sólo lo sentenciaron después de cosa de cinco meses de cárcel y mil penas, a una que otra friolera, como fue la pérdida de todos sus bienes, el prohibirle para siempre la enseñanza pública y cuando pudiera darle honra, el desterrarle por sólo veinte años de México, Puebla y Guanajuato, enviarle por un año al Colegio de Misioneros de Pachuca para que lo instruyeran en el dogma, así cumplió el señor Inquisidor la promesa que con tanta solemnidad le hizo, amábala tanto Cristo que la reclinaba, la bañaba con su preciosísima sangre, la ungía y le decía esposa y querida mía, Yo soy todo tuyo, Yo te haré grande a mis ojos, Yo te convertiré
en oro y piedra preciosa, entra ciervesita herida, entra en el mar de mi Divinidad y bebe las aguas puras de la gracia y el amor, y como a todos estos favores sor María Ignacia humilde se encogía abatía y anonadaba, gozo del ser, los amantes pasmados, conociéndose menos que humana polvo y ceniza, le dijo una vez su Divino Esposo ¿la esposa del Rey qué es?, ella no respondió, pero su Divina Majestad se lo dijo Reina es pues la Esposa de Dios, Diosa es, mientras a él le daban otra audiencia plena, es decir, con los dos Inquisidores, Fiscal y Escribano, en la que para documento de la conducta del Tribunal se le preguntó si había
entendido su condenación, si se acordaba de algún hereje a quien poder echar el guante, y si lo habían tratado bien los todos los dependientes del Santo Oficio, o si tenía que dar alguna queja, y dijo que estaba impuesto de su sentencia, que no conocía más herejes que las tres hembras que lo habían denunciado, de las cuales sólo era rica la Güera, pues las minas de las otras hacían mucho agua, y que por lo tocante a su persona se le había tratado tan ahidalgadamente que tenía que darles las gracias, por lo que comentaba después que de esta maquiavélica conducta tomó quizás modelo el excelentísimo señor Virrey Brancoforte para pedir al mismo tiempo que robaba más que Verres, calumniaba a los inocentes, oprimía a los
desvalidos y fomentaba delaciones contra el mejor Virrey, el virtuoso y solemne Revillagigedo, certificaciones a todos los Tribunales y Justicias de la extremada con que se manejaba, y los Inquisidores le manifestaron de nuevo el gran dolor que les causaba despojarlo de sus bienes, le protestaron que la reclusión no sería de un año sino sólo de cuarenta días, y que ellos mismos pedirían al Inquisidor General le dulcificase lo crudo de su sentencia, y que contase con la protección de todos y cada uno en particular, y lo llevaron por fin a su deseada Pachuca adonde el guardián lo recibió con una cara de artesanía oaxaqueña mal hecha,
mandando a la comunidad que nadie le saludase, le asignaron una celdita inundada, baja, chica fría de donde muy pronto pidió que lo sacaran por haber enfermado, y le nombraron al religioso más instruido para que lo instruyese en el dogma y le diese durante cuarenta días los ejercicios de san Ignacio, que es una cosa semejante a lo que daba Soroastes a los Archimagos, acerca de las visiones apariciones revelaciones transformaciones y locuciones que repetidamente trajo el orador para pruebas de su asunto, para referirlas era necesario primero examinar si nacían de Dios o de causa natural, como la hipocondría la demencia la fiebre y
otras, los hipocondríacos febricitantes dementes y otros enfermos ven muchas veces lo que no hay y oyen lo que no se les dice, debía también considerarse la circunstancia del sexo mujeril, el cual más que el varonil le domina en sumo grado una fuerte y vivísima imaginación, lo cual basta para que muchas veces vean y sientan lo que no hay, y si a cualquiera con imaginar una cosa muy agria o un banquete espléndido, basta para que en la boca le abunde la saliva, cuanto más bien a las mujeres les sucederá que avivada la fantasía con la fuerte aprensión de algún objeto, y excitado al mismo tiempo con igual fuerza el apetito, lo que es efecto único de estas
potencias, imaginen o crean ser los mismos favores que pasaron celestiales con santa Teresa y san Francisco, por los vivos deseos que tenía santa Mónica de ver a su hijo Agustino casado y no en torpezas, se le representaba lo que no sucedía, videbat dice el Santo en el libro de las confesiones, quedam vana et fantastica, quo cogebat ímpetus de hac re satagentis humani spiritus et narrabat mihi, bien que la Santa como animada de sólida virtud, no les daba ascenso, como si fuesen cosa demostrada de Dios, según lo sigue expresando el Santo non cum fiduciaqua solebat, cum tu demostrares ei, sed contemnes ea, en sus recuerdos estos
portuguismos continúan mostrándose cuando Cristóbal Colón escribe en España, y perduran hasta en los últimos escritos, cuando más parece que Colón debiera esmerar su estilo, por ejemplo al traducir como proféticos los famosos versos de Séneca en 1502, incurre en por lo menos cuatro faltas, a saber “el mar océano afloxerá los atamentos de las cosas y se abrirá una grande tierra y um nuevo marinero, como aquel que fue guía de Jasón, que obe nombre Tifi, descubrirá nuevo mundo, y entonces no será la isla Tile la postrera de las tierras”, y nótese a propósito de lo que ya ejamos dicho que ese obe por “hubo”, no es el gallego huovo sino el
portugués houve, es decir que siempre que hay un carácter distintivo entre portugués y gallego, Colón muestra el carácter portugués, pero con igual displicencia y seguridad en la actitud y en la voz, de pronto como una ola que rueda sobre otra, en la misma voz de fray Francisco el otro episodio, el panegírico, el obituario, con su seductora cadencia, hallándose en una ocasión la monja puesta en cruz y la tomó el Señor de la mano y la puso en su propia cruz, la crucificó consigo mismo y le impuso la misma sagrada corona que se le entró lenta, dulcemente y penetró sangrándola hasta lo más íntimo de su alma y corazón, pero aún cuando
las visiones revelaciones y demás vengan de causa sobrenatural, no demuestran por eso convincentemente la caridad de la Religiosa, a causa de que son comunes a los buenos y a los malos, Faraón vio en sueños casos que le representaron siete años de abundancia y otros tantos de esterilidad, Balaam oyó hablar la jumenta, y vio con espada desenvainada a un Ángel del Señor, Baltasar, hijo de Nabucodonosor vio en su convite una mano que escribía unos caracteres en las paredes de su estancia, Caifás profetizó ser Pontífice, y todos estos eran perversísimos, por lo que dejando en su lugar cualquiera que sea la literatura y sana intención
del orador, hablando precisamente de la oración, decimos que carece de la necesaria protesta, que en algunas interpretaciones de sagrados textos no se guarda el mandato del Concilio de Trento en hacerla conforme la exposición de los Santos Padres, y que algunas cosas trae que puedan inducir a error a los incautos, éste es nuestro sentir, el cual en todo sujetamos al superior justificado y recto de V. S. I. que por tanto será más acertado, Dios guarde a V.S.I.M.A., Convento de Nuestro Padre Santo, maestro calificador excelentísimo señor fray Cosme Enríquez, y esta vez era de nuevo un desgarbado frizón archinariz
más o menos inquieto, inquisidor, preocupado quizás, mirando las inscripciones en las lápidas del cementerio, carraspeando y escupiendo luego, una como agitación en el bosque no muy lejos, la neblina que empezaba a espesarse, quizás amanecía, y ésta vez acercaba la antorcha de pino para mejor leer una fecha, para mirarla con mayor claridad, jorobándose como si buscara una lápida determinada, mirando si podía establecerse la antigüedad de las inscripciones, si había demasiado deterioro en las losas más viejas o era notorio el trabajo del viento o del
tiempo, creyendo oír una esquila o varias, una guadaña que caía al fondo de una tumba recién abierta, el piafar de uno de sus caballos, el más nervioso e iracundo, el viento que agitaba los árboles, Mi muy señora, las ortigas y las ramas de los árboles, mirando Fr. ANDRÉS VILLASEÑOR, mirando las letras que decían Fue hijo desta Ciudad de Querétaro tomó el hábito de lego en la Religión de Descalzos de San Diego México de edad de 15 años y profesó Año de 1694, Murió a 18 de Dbre. De 1742 de edad de 65 a. 20 días, Fue exemplarísimo en observar las Reglas de su Instituto y con gran opinión de Virtud, A devoción de su sobrino D.
Manuel, creyendo oír el trabajo de los roedores del bosque, el quejido de un búho, todo podía acabar pero su escritura continuaría, Mi muy querida, y se masajeaba su largo cuello, presionaba su larga nariz para evitar un estornudo, reacomodaba sus largos huesos y caminaba despacio y preocupado, solemne y resignado, inclinándose sobre algunos monumentos funerarios y sobre otros, acercando o alejando la antorcha para mejor leer o mirar los nombres y fechas, polvosas sus calzas y levita o gaván, quítenme el gabán, saquéle de grado, no hay
destino pensaba, sólo palabras escritas para ser leídas al revés, el resto es ceniza que se decanta hacia la nada, algún árbol gimiendo o rechinando, el aullido de algún animal depredador, sobresaltándose al encontrar M.R.P. FR. FRANCISCO FRíAS Y OLVERA, azorado del deterioro del sepulcro que parecía más abandonado que los demás, quizás eso lo destacaba demasiado, tenía que discutirlo con fray Francisco, debía rumiarlo un buen rato, las hierba espinosas casi cubriéndolo, ¿no sabes por quién voy de luto riguroso, mi cortejador?, creía oír la voz de doña Beatriz de la Torre Medrano, su timbre lo hacía estremecer, Mi muy señora,
tenía las palmas de alabastro hechas a propósito para la eucaristía, la enfrentaba con ademanes de gran enamorado, leyendo con gran dificultad pues la piedra parecía gastada por los años, por las inundaciones y hasta resquebrajada por algún temblor de tierra o deslizamiento, Fue Maestro en Sagrada Teología y Definidor ac/, ya estaban en la ciudad dispuestos a aprenderlo y llevárselo a las mazmorras de la Santa Inquisición en ciudad de México, el doctor Gil de León con un grupo de hombres furtivos silenciosos tensos prepotentes
avizorantes, y él se había ofrecido a acompañarlos cuando el sol acabara de salir, apartando una rama, tualmente de la Sta. Provincia de S. Nicolás de Michoacán/, también podía ofrecerse a escribirles o llevar él mismo la carta para informar al Santo Oficio de la muerte de fray Francisco “habrá tiempo de catorce años”, se veían viejos y cansados, del Orden de los Hermitaños del Gran Padre de la Iglesia/, para que lo jugaran si tenían que hacerlo, S. Agustín, Juez Subdelegado en la Causa/, y estaba seguro de que lo juzgarían en ausencia, de la Beatificación del V. P. Fr./, las rodillas humildes apostaba, oh derrochado presente inaudito, entonces que lo hicieran como lo habían hecho con algunos Virreyes de la Nueva España, Antonio Marfil de Jesús, Prior que fue del Convento de Jt./, que fueron juzgados y condenados después de muertos, que cuando menos se piensa salta la liebre y como decía su abuela en la tierra no hay sino dos linajes, saber y no saber, y cuatro meses después de la Ciudad de Santiago de Queré/, cierta pálida luz lunar diseminada por la neblina, en sus largos brazos una como ansia agresiva, pero también cierta satisfacción, cierto relajamiento, taro adonde murió el 15 de Enero de 1797 de edad de 60 años 3 meses 20 días, paredes de ahuehuetes nísperos chopos olmos sáuces llorones delante del escándalo de la muerte, la corriente del río que pasaba no demasiado lejos de ahí, sus manos todavía tibias con la nostalgia de cierta humedad ciertas turgencias superficies firmezas olores declives, aquello tan bello, y se encarnizaban los dos violentos en la ternura que los encadenaba, y lo sagrado y lo impuro todavía no eran dos reinos separados, no me las enseñes más, paciente en su prisa, aún retozando se afanaban las bocas, era allí adonde estaba, ¿qué parte de mi vida irás a reprochar?, le preguntaba la Güera en sus ojos verdeando el desasosiego, y él un viento que imagino será el de las pasiones te arrebatará el alma como una pluma en los infiernos, te preguntarán que culpas te entregaron a aquella tormenta y dirás que un libro fue tu perdición, tu caída y tu condena, tosiquiento naricísimo infinito sabañón garrafal mesmerizado caratulero frisón archinariz superlativo peje espada mal barbado elefante boca arriba reloj de sol mal encarado nariz sayón y escriba espolón de galera pirámide de Egipto reo tinterillo bachiller acusado materialista criollo mal hijo enamorado cauteloso vano fermentido glotón blasfemo desenfrenado mal cristiano desequilibrado quimérico fornicador buen latinista impiadoso impulsivo astuto intrigante, aquí la estimativa en quien tenía el principio de todo movimiento, aquí de las potencias la armonía, oh hermosura mortal, cometa al viento, amorosa Beatriz que fue tan fuerte durante aquel minuto fenecido, tristeza ya non siento rumiaba, que más faze penar que el placer como viento se ha de acabar, nervioso alegre lujurioso expectante adorado exaltado señalado acusado ansioso y por si fuera poco mexicano altivo esquivo animoso flaco mortal sigiloso escrutador satisfecho acusador humilde jorobado alburero hombre de acción más o menos inquieto desasosegado inquisidor vivo hechizado heterodoxo antagonista preocupado de regresar volver y que algo saliera mal que fuera a salir mal y disolverse desvanecerse borrarse al final en tierra en humo en sombra en polvo en nada:
Nota bene
Los epitafios que aparecen en esta tentativa de restauración de un retablo barroco son reales y existen en la parte más antigua del cementerio de Querétaro. Asimismo los nombres de los personajes son nombres de personas que existieron realmente en la “realidad” historiable. Y la mayor parte de lo que dicen o de lo que los hago decir fue recogido por los escribanos del Tribunal del Santo Oficio al finalizar el periodo colonial. Noche de piedra, lo llama José Emilio Pacheco. Todo este material se conserva en el Archivo General de la Nación. También abuso en estas páginas de frases que pertenecen a Francisco de Quevedo, Luis de Góngora, sor Juana Inés de la Cruz (llama viva), Lope Félix de Vega y Carpio, Cristóbal de Castillejo, Juan de Timoneda, Garcilaso de la Vega, santa Teresa de Jesús, Gutierre de Cetina, san Juan de la Cruz, Fernando e Herrera, Diego Sánchez de Badajoz, Julio Jiménez Rueda, Francisco de la Masa, Ramón Menéndez Pidal, T. S. Eliot, Jorge Guillén, Vicente Aleixandre, Pablo González Casanova, Mario A. Pérez Campa, Liliana Lukin y Carlos Bousoño.